Ferit, cegado por los celos, prohibió de manera rotunda que Seyran se encontrara con Efe, el misterioso dueño de la marca. Pero Seyran, firme en su decisión de no retroceder, aprovechó un momento de ausencia de su esposo para buscar el respaldo de su padre. Con la mirada encendida y palabras cargadas de determinación, le prometió que, si le concedía su apoyo, nunca más bajaría la cabeza. Sería el orgullo de los Korhan, tal como él siempre había anhelado. Kazim, hinchado de orgullo, no dudó en darle su bendición. Para él, aquello no era solo una oportunidad, sino una reivindicación para su hija en un mundo que tantas veces la había menospreciado. Convencido, aseguró que, después de eso, Ferit no se despegaría de Seyran, como un mono aferrado a una rama.
Mientras tanto, Ferit comenzó a armar el rompecabezas. Sus preguntas, afiladas como cuchillas, llevaron a Sultán a confesar que Ifakat había llevado a Suna a la mansión con la oscura intención de seducir a Fuat. Sin embargo, calló el detalle más turbio: el amorío secreto entre Ifakat y Orhan. Alarmada, Sultán corrió a advertir a su señora, pero fue recibida con una bofetada. Ifakat, siempre fría y calculadora, no perdió tiempo en informar a Orhan que Ferit estaba empezando a sospechar. Su tono, tan helado como el mármol, dejó claro que debían guardar las apariencias y mantener la distancia hasta que la tormenta se disipara.