En los más recientes episodios de La Promesa, el drama alcanza cotas desgarradoras y complejas, especialmente en torno al personaje de Curro, cuya situación se vuelve cada vez más insoportable. Desde el fallecimiento de Eugenia, el joven ha sido víctima de una cadena de humillaciones constantes, sin apenas tregua. En lugar de permitirle vivir su duelo, Rómulo le comunica que no tiene derecho a guardar luto: nada de días libres, debe reincorporarse inmediatamente a sus labores como lacayo. Esta falta total de empatía desencadena en Curro una ruptura emocional visible, mostrándonos su lado más vulnerable mientras es consolado por personajes como Ángela y Manuel.
Sin embargo, lo que ocurre con Curro va mucho más allá de una simple acumulación de malos tratos. Todo apunta a un patrón sistemático de control y abuso emocional muy similar al que sufrieron Catalina y Tomás cuando eran niños tras la muerte de su madre, doña Carmen. Entonces, Cruz, valiéndose de su influencia y astucia, se volvió indispensable para el marqués y terminó casándose con él. En ese momento, Alonso justificó su cercanía con Cruz por el bien del marquesado y la necesidad de dar estabilidad a su familia. Lo inquietante ahora es que Leocadia parece estar repitiendo el mismo patrón, adueñándose del palacio con una táctica que recuerda demasiado a la de su predecesora.
La relación entre Leocadia y el marqués es igual de enigmática y forzada que la que alguna vez unió a Cruz con Alonso. Aunque aparentemente no tienen nada en común, Alonso parece depender de ella de manera casi enfermiza, lo que deja en segundo plano a sus hijos legítimos y a otros miembros de su círculo. Lo más preocupante es cómo Catalina, por segunda vez en su vida, se ve desplazada por una mujer que llega a tomar el control del hogar familiar en medio del caos.
Curro, que ya no es un niño sino un joven adulto, está resistiendo a duras penas el tipo de “tortura psicológica” que Leocadia le impone: pequeñas humillaciones diarias, comentarios hirientes, gestos de desprecio… una especie de “gota malaya” emocional que mina su autoestima. Todo esto alcanza un punto crítico cuando Curro, ya incapaz de contenerse, le responde directamente a Leocadia con un comentario cargado de rabia contenida. Este estallido de rebeldía podría costarle caro, ya que al ser la víctima quien reacciona, suele acabar siendo vista como el problema, mientras el verdugo mantiene una imagen intocable ante los demás.
Lo más trágico es que Alonso, su padre, no solo es consciente de lo que ocurre, sino que es cómplice silencioso de ese maltrato. A pesar del cariño que se supone siente por Curro, no interviene ni lo defiende, perpetuando así el ciclo de abuso.
Por otro lado, el vínculo entre Curro y Ángela se fortalece en medio del sufrimiento. Hay una escena clave donde Ángela lo consuela mientras él se derrumba emocionalmente, y Leocadia los observa desde la sombra. Este momento podría tener consecuencias importantes, ya que marca la diferencia con la relación pasada entre Manuel y Jana. En aquella ocasión, Cruz no supo del romance hasta los últimos momentos, pero Leocadia ya parece sospechar la cercanía entre su hija y el lacayo, lo que podría convertirla en una fuerza activa para destruir esa relación antes de que florezca.
Mientras tanto, el personaje de Manuel también da de qué hablar, pero desde otro ángulo mucho más especulativo y emocional. La química entre Manuel y Toño, el hijo de Simona, está siendo cada vez más notoria en pantalla. Aunque la idea de que se forme una pareja romántica entre ellos puede parecer descabellada, hay quienes fantasean con esta posibilidad debido a la conexión natural entre ambos y a los vacíos sentimentales que rodean a Manuel.
Toño, además, es un personaje envuelto en una nube de mentiras y secretos. Se ha descubierto que no está casado con Norberta, a pesar de haber hecho creer lo contrario. Esto ha desatado una serie de preguntas: ¿son realmente sus hijos? ¿Qué motivó esa mentira? ¿Qué oculta realmente este hombre que tanto ha sufrido? Si bien no hay indicios claros de una orientación sexual distinta, los problemas personales que arrastra (alcoholismo, visitas a burdeles, conflictos con su madre) hacen que los espectadores se pregunten si hay algo más profundo por revelar.
Este patrón de ocultamiento parece ser casi una tradición en la familia de Simona. La misma Simona ocultó su pasado, Virtudes también mintió sobre la muerte de su hijo, y ahora Toño se suma a esa cadena de engaños. Hasta el marido de Simona, que permanece desaparecido, es un prófugo acusado de asesinato. No es de extrañar que en las redes sociales muchos pidan que ya no se introduzcan más familiares suyos en la serie.
En un tono más relajado y cómico, el narrador de este análisis —fiel seguidor de La Promesa— comparte que un suscriptor le sugirió que, como no tiene casa, debería irse a vivir al palacio de La Promesa, donde parece que siempre hay sitio para uno más. Una idea divertida pero también irónicamente crítica con la lógica de la serie, en la que todo el mundo parece poder instalarse sin grandes explicaciones.
En definitiva, estos últimos capítulos de La Promesa revelan cómo los patrones de poder y manipulación siguen afectando a las nuevas generaciones. Curro es ahora el reflejo de lo que Catalina y Tomás vivieron antaño. Manuel está atrapado entre sus propias contradicciones. Y Leocadia amenaza con repetir la historia de Cruz, quizás con consecuencias aún más graves. ¿Será Curro capaz de resistir o acabará rompiéndose del todo? ¿Se consolidará su relación con Ángela o será destruida antes de florecer? ¿Y qué papel jugará Manuel en todo esto?
Las respuestas vendrán, pero por ahora, el destino de Curro, Catalina y Manuel cuelga de un hilo… y no parece que el palacio de La Promesa vaya a ofrecerles un refugio, sino más bien una trampa cuidadosamente tendida.