En el capítulo 338 de Sueños de Libertad, se vive un momento más ligero en medio del drama habitual, protagonizado por Fina y Claudia. La escena, aunque sencilla y cotidiana, está cargada de complicidad, sarcasmo amable y esa clase de tensiones amistosas que nacen de la mezcla entre el cansancio y la buena voluntad.

Todo comienza cuando Fina entra en la sala donde Claudia está concentrada intentando restaurar un viejo mueble, claramente para la casa Kuna, el hogar infantil que se ha convertido en una parte central de sus vidas. Claudia, armada con brochas y barniz, está a punto de lanzarse sobre el mueble cuando Fina —sin filtro, como suele ser su estilo— le lanza una observación que marca el tono de toda la escena: “Un momento, ¿no deberías lijarlo primero?”

No lo dice con mala intención, pero la frase toca un nervio sensible en Claudia, quien ya está frustrada por lo complicado que se le está haciendo la restauración. Visiblemente a la defensiva, responde con un comentario sarcástico: “¿Qué pasa, que ahora todo el mundo es maestro ebanista?” A pesar del tono, no hay enemistad real entre ellas, y ambas lo saben. Es simplemente ese roce habitual entre dos personas que se conocen bien y no tienen miedo de decirse las cosas tal como las piensan.

Fina, lejos de ofenderse, toma las cosas con calma. Le explica que solo estaba repitiendo lo que su padre hacía cuando arreglaba las sillas de casa. Pero enseguida, con esa mezcla de resignación y humor que la caracteriza, añade: “En fin, si no aceptas consejos, me callo”. Esta frase, que da título al episodio, encierra una verdad emocional más profunda de lo que parece: Fina está ahí para ayudar, pero tampoco va a imponer su opinión si no es bienvenida.

Claudia, al borde de un ataque de nervios por lo difícil que está resultando el trabajo, se desahoga: “Todo el mundo me da consejos, pero nadie me ayuda de verdad”. La frustración le sale por los poros. Se siente sola con el proyecto y sobrepasada por la carga. Fina, sin perder la ternura ni el toque sarcástico, le responde que le encantaría quedarse y echarle una mano, pero tiene que ir al almacén a hacer inventario. A pesar de ello, deja claro que sí le importa y que, si le es posible, volverá más tarde para ayudar.

Esta interacción, aunque trivial en apariencia, revela mucho sobre la relación entre ambas mujeres. Claudia, con su espíritu independiente, se ha echado a cuestas la restauración del mueble porque es necesario para la casa Kuna. Fina, con su carácter pragmático y sin pelos en la lengua, no duda en decirle que el mueble está hecho un desastre y que lo mejor sería tirarlo. Pero Claudia se niega rotundamente: necesita ese mueble y está decidida a rescatarlo.

Finalmente, en un acto de humildad y reconociendo que el proyecto le queda grande, Claudia cede y pide ayuda. Fina, ya a punto de marcharse, le da instrucciones básicas: primero hay que lijar bien el mueble, asegurarse de que esté perfectamente pulido y solo entonces se puede aplicar el barniz. Además, le señala que la estructura trasera está muy deteriorada y que eso también hay que repararlo. Con eso dicho, se despide, prometiendo regresar si le da tiempo, dejando claro que, aunque no pueda quedarse en ese momento, su apoyo sigue presente.

La escena termina con una nota de complicidad y una sonrisa implícita entre ambas. Se trata de un momento cotidiano, sin grandes revelaciones ni giros de guion, pero que funciona como una ventana a las pequeñas luchas diarias que también forman parte de Sueños de Libertad. En medio de traiciones, secretos y tensiones familiares, este fragmento aporta un respiro emocional, mostrando la importancia del trabajo en equipo, la humildad para pedir ayuda y la paciencia necesaria para aceptar consejos, aunque vengan acompañados de un poco de ironía.

Claudia, que muchas veces se muestra fuerte y decidida, aquí se deja ver en un momento de vulnerabilidad: agotada, con las manos sucias y el ánimo bajo, descubre que incluso las cosas que parecen simples, como arreglar un mueble, pueden volverse montañas cuando se está emocionalmente sobrecargada. La presencia de Fina, aunque breve, le devuelve perspectiva y una pizca de ánimo.

Fina, por su parte, demuestra una vez más que detrás de su sarcasmo y sus respuestas secas hay un corazón enorme y una intuición muy aguda. Sabe cuándo hablar, cuándo callar y cuándo dar un consejo con un toque de humor para que no suene como una orden. Su papel en este capítulo es el de una amiga que, aunque no puede estar todo el tiempo, siempre está dispuesta a tender la mano, aunque sea con una sonrisa entre dientes.

Esta escena, aunque alejada del dramatismo que suelen tener otras tramas del capítulo 338 —como el desgarrador intento de suicidio de María o los secretos que giran alrededor de Don Pedro y Pelayo—, cumple una función importante: recuerda que también en lo pequeño se encuentra el valor de la comunidad y la fuerza de los vínculos verdaderos. No todo son revelaciones y tragedias. A veces, simplemente compartir el cansancio de lijar una mesa puede convertirse en un acto de afecto tan poderoso como una declaración de amor.

En definitiva, este episodio de Sueños de Libertad nos ofrece con “En fin, si no quieres consejos, me callo” una escena entrañable, que mezcla humor, honestidad y colaboración. Fina y Claudia representan a esas amistades que no necesitan grandes palabras para demostrar cariño, que se enfrentan juntas al caos cotidiano, y que encuentran en lo más simple una forma de sostenerse mutuamente. Un mueble, una brocha, una conversación sarcástica… y una promesa de volver más tarde. Porque así es la vida: hecha de momentos sencillos que, sin darnos cuenta, nos ayudan a seguir adelante.