La historia de La Promesa está a punto de dar un giro dramático que marcará un antes y un después en la vida de todos sus habitantes. Tras meses de encierro, humillación y silencio, Cruz finalmente ha sido liberada, pero no vuelve como la mujer vencida que muchos esperaban. Regresa más fuerte, decidida y con un secreto entre manos que amenaza con destruirlo todo, especialmente a su gran enemiga: Leocadia.
Todo comienza con la llegada de una carta inesperada a manos de Manuel, el hijo de Cruz. Mientras sale de la biblioteca del palacio, su rostro lo dice todo: preocupación, angustia y confusión. La misiva proviene de la cárcel, y su remitente es nada menos que Cruz, quien no había dado señales desde que fue encarcelada, acusada de estar implicada en el atentado contra Hann, la mujer a la que Manuel amaba.
La carta no solo reabre heridas, sino que siembra más preguntas que respuestas. ¿Por qué ahora? ¿Qué pretende Cruz con este mensaje tardío? Manuel, lleno de rabia contenida, se sincera con Toño, su amigo, sobre el profundo rencor que aún guarda. Le confiesa que nunca podrá perdonar a su madre por todo lo que le hizo a Hann: por despreciarla, por humillarla, por no aceptarla por ser sirvienta, y por dejar que otros cargaran con una culpa que, ahora parece, no era realmente de Cruz.
A medida que la tensión aumenta, un coche se detiene frente al palacio. Del vehículo baja el sargento Burdina, portando una carpeta con documentos oficiales. Su visita es inesperada, y su propósito aún más: anuncia que Cruz será liberada, pues un testigo anónimo ha entregado pruebas y una declaración firmada asegurando que ella no tuvo participación directa en el atentado. La fiscalía ha revisado el caso y ha considerado que no hay suficientes evidencias para mantenerla encarcelada.
La noticia cae como una bomba en la familia. Alonso, el marqués, se muestra incrédulo, furioso y desconcertado. La idea de que Cruz vuelva al palacio lo descompone. Él sabe de lo que es capaz su esposa, conoce sus secretos y sus ambiciones, y teme que esta liberación signifique el inicio de una nueva batalla, una que ya no podrá controlar.
Leocadia, por su parte, se entera de la noticia espiando detrás de una puerta. Aunque intenta disimular, el pánico se apodera de ella. Enfrentar el regreso de Cruz significa que muchos de sus propios crímenes y manipulaciones podrían salir a la luz. De inmediato, confronta a Alonso con fingida inocencia, pero al ver su rostro tenso y evasivo, entiende que sus peores temores son ciertos: Cruz volverá.
Al día siguiente, Cruz llega al palacio. Pero no es la misma. En su rostro se ve el desgaste del encierro, pero también una determinación feroz. En cuanto pisa la entrada, exige ver a su hijo. No hay lugar para cortesías. Desde lo alto de la escalinata, Leocadia la observa perpleja, incapaz de esconder su miedo. Ambas mujeres se enfrentan con palabras cargadas de veneno. Cruz lanza la primera estocada: “Sé lo que hiciste. Sé que tú me incriminaste. Y no he venido solo a recuperar lo que es mío… he venido a destruirte.”
La amenaza no es vacía. Cruz tiene pruebas. En la cárcel, alguien le habló, alguien le reveló los vínculos oscuros de Leocadia, sus alianzas, sus planes para tomar el control del palacio. Ese alguien ha dado nombres, fechas y hechos que ahora Cruz está decidida a usar como armas.
Mientras tanto, Petra, la sirvienta leal que ha sido testigo de todos los secretos del palacio, escucha toda la conversación entre Cruz y Leocadia. Finge emoción al ver a Cruz libre, promete fidelidad, pero poco después hace lo mismo con Leocadia, diciéndole que está de su lado. Petra juega a dos bandas, pero en su mente tiene un plan propio. “Me usaron como si no valiera nada”, susurra para sí misma. “Pero ahora… las dos van a probar su propio veneno.”
El ambiente en La Promesa se vuelve irrespirable. Manuel se niega a ver a su madre, incapaz de perdonarla. Alonso, encerrado en su despacho, medita si aún puede impedir lo que se avecina. Leocadia camina por los pasillos como una sombra acechada, sabiendo que el tiempo juega en su contra. Cruz, en cambio, avanza con paso firme, como si nunca hubiera caído.
La tensión alcanza su punto máximo cuando Cruz golpea la puerta de la habitación de Leocadia. Esta vez no viene a hablar, viene a declarar la guerra. “Tú y yo necesitamos hablar”, dice con voz firme. “Sé que me incriminaste. Y esto, apenas comienza.”
La batalla por el poder en La Promesa ha comenzado de nuevo. Pero esta vez, Cruz no juega a la defensiva. Vuelve transformada, armada de secretos, de alianzas inesperadas, y con una sed de justicia que podría costarle muy caro a todos los involucrados.