En el episodio más emotivo de La Promesa, emitido esta semana, asistimos a un momento histórico dentro del palacio: el adiós definitivo de Rómulo Baeza, el mayordomo leal, sensato y entrañable que ha sido columna vertebral de la familia Luján desde hace décadas. Con su salida, no solo se marcha un sirviente ejemplar, sino también un símbolo de fidelidad, sacrificio y amor aplazado que, por fin, encuentra su momento para florecer.

La historia de Rómulo y Emilia, que comenzó hace más de 30 años, ha tenido siempre tintes de tragedia y renuncia. En su juventud, fueron una pareja unida por el amor, pero también por las barreras sociales y profesionales. Fue Rómulo quien, sabiendo que podía frenar la carrera de Emilia como enfermera, decidió alejarse para no ser un obstáculo. Ahora, la vida les da una segunda oportunidad: han vuelto a encontrarse en La Promesa, y lo que parecía una llama apagada ha renacido con fuerza.

Con el paso de los días, ambos han reavivado no solo su historia de amor, sino también un deseo compartido de vivir el tiempo que les queda juntos, sin ataduras ni deberes que los alejen. Y es por eso que Rómulo ha tomado una de las decisiones más difíciles de su vida: marcharse del palacio para retirarse junto a Emilia, y así comenzar una nueva etapa junto al mar, concretamente en Chiclana de la Frontera. Allí, sueñan con vivir en paz, disfrutando del amor que les fue negado durante décadas.

Aunque el marqués Don Alonso, conocedor del valor humano y profesional de Rómulo, ha intentado retenerlo ofreciéndole una casa en los terrenos de La Promesa, el mayordomo ha agradecido el gesto y lo ha rechazado con cortesía. Esta vez, está decidido a no repetir el error del pasado. Su adiós es definitivo. Ya ha recuperado sus ahorros —los mismos que tiempo atrás prestó generosamente a Don Alonso para pagar al servicio en tiempos de crisis— y junto con los de Emilia, pueden permitirse una vida digna lejos del estrés y las obligaciones del palacio.

La noticia no ha sido fácil de digerir para los habitantes de La Promesa. Su marcha deja un vacío profundo tanto en la familia Luján como entre el personal de servicio. Para muchos, Rómulo ha sido un mentor, un ejemplo, un confidente. Manuel, Catalina y el propio marqués han encontrado en él una brújula en los momentos más oscuros. Su legado es, sin duda, imborrable.

En medio de este contexto emotivo, se organiza una gran fiesta en honor a Adriano, por el título nobiliario que le ha concedido el rey. Rómulo, aunque ya tiene pie y medio fuera del palacio, ha decidido encargarse personalmente de que esta celebración sea impecable. Será su último servicio, y quiere despedirse con honor y elegancia. Todos en la casa se movilizan para ayudarlo, excepto algunos personajes como el capitán Lorenzo de la Mata, cuyo desprecio y clasismo lo llevan a menospreciar la importancia de Rómulo. No obstante, la nobleza verdadera, como siempre, se demuestra en las acciones, no en los títulos.

Petra Arcos, recién regresada al palacio y con sed de venganza, también supone un riesgo. Su actitud hostil y su intención de convertirse en una pesadilla para los trabajadores siembra tensión en la zona de servicio. ¿Será capaz de poner su odio a un lado por un día y contribuir a que Rómulo se marche con la dignidad que merece? La respuesta aún es incierta, pero lo que está claro es que el ambiente está cargado.

Además de esta tensión, el misterio en torno a la desaparición de Esmeralda añade una capa más de ansiedad. Aunque solo Pía, Curro y Lope están al tanto del secreto, el miedo de que algo terrible suceda se intensifica. Con todo esto, la semana se convierte en una mezcla de despedidas, intrigas y celebraciones donde la emoción está a flor de piel.

Los guionistas han querido cerrar este arco argumental con un broche dorado. El reencuentro entre Rómulo y Emilia, su decisión de irse juntos y comenzar una nueva vida, no es solo un acto de amor, sino también un homenaje a todas aquellas historias interrumpidas que merecen un segundo capítulo. La fiesta por Adriano, el trabajo en equipo de los criados, las emociones desbordadas de los personajes principales, y el eco silencioso del servicio que ve partir a su líder natural, componen una escena final digna de recordar.

Así concluye el ciclo de uno de los personajes más queridos de La Promesa. Rómulo se despide, no solo del palacio, sino de una vida entera dedicada al servicio de otros. Se va con la cabeza alta, con su amor al lado, y con la satisfacción de haber vivido con honor, lealtad y profundo sentido del deber. Una lección silenciosa para todos los que quedan.

Porque en La Promesa, el verdadero poder no siempre reside en el título, sino en el corazón. Y pocos corazones han sido tan grandes como el de Rómulo Baeza.