Marta y Fina: Sueños de libertad (Capítulo 344): Ya no la quiero a ella, solo quiero a mi familia.

En el capítulo 344 de Sueños de libertad, la historia da un giro emocional significativo cuando Marta mantiene una conversación íntima y reveladora con Begoña, que deja entrever no solo el final del amor entre Begoña y Andrés, sino también la resignación de Marta frente a sus propios sentimientos y al rol que ocupa dentro de su familia.

La escena se abre en un ambiente aparentemente cotidiano. Marta le ofrece a Begoña un café, pero esta se disculpa amablemente, explicando que debe marcharse pronto porque tiene que ir al dispensario. Lo que parecía un gesto amable se convierte en la excusa perfecta para que Marta abra la puerta a una conversación más profunda. No tarda en mencionar que ya sabe, por boca de su hermano, que la relación entre Begoña y Andrés ha llegado a su fin. Con una mezcla de tristeza y aceptación, Begoña asiente. Sabe que Andrés ha elegido cuidar a María, su esposa, por un deber moral y por la responsabilidad que ha asumido desde siempre.

Lo que sigue es un intercambio cargado de emoción, donde ambas mujeres reconocen que los sentimientos no siempre bastan para vencer los obstáculos de la vida. Begoña habla con el corazón en la mano, confesando que resulta injusto que dos personas que se quieren no puedan estar juntas. Para ella, el amor entre ella y Andrés era una verdad irrefutable, aunque ya sea parte del pasado. Marta no solo comprende el dolor de Begoña, sino que lo comparte desde una perspectiva de solidaridad emocional. Incluso admite que verlos juntos le resultaba una especie de victoria personal, una prueba de que el amor verdadero todavía podía imponerse a las reglas sociales y familiares.

Este instante de complicidad femenina se vuelve especialmente poderoso cuando Marta, lejos de alimentar las esperanzas de Begoña, le aconseja con serenidad y ternura que no piense más en lo que podría haber sido, sino que acepte lo que es. Le desea suerte con su nueva etapa profesional, sabiendo que, para ambas, empieza un capítulo completamente distinto. Hay una sensación de cierre emocional, un punto de inflexión donde tanto Marta como Begoña comprenden que deben seguir adelante, cada una con su dolor, pero también con la determinación de reinventarse.

Sin embargo, la escena no termina en ese tono melancólico. Justo después de que Begoña se marcha, Andrés entra y la atención de Marta se traslada a una cuestión práctica: encontrar una enfermera adecuada para cuidar a María. El contraste entre la intensidad emocional de la conversación previa y la fría urgencia de esta nueva preocupación evidencia la carga emocional que lleva Marta sobre sus hombros. Andrés le pregunta si la enfermera candidata le ha parecido adecuada, a lo que Marta responde con sinceridad: aunque tiene buenas referencias, le falta tacto y, sobre todo, paciencia. Dos cualidades esenciales para cuidar a una mujer tan amarga y herida como María.

La conversación deja en claro que mientras Begoña se aleja, buscando reconstruirse fuera de la casa De la Reina, Marta sigue anclada al núcleo familiar, asumiendo su papel de mediadora, cuidadora y sostén emocional. Su tono es sobrio, casi resignado. Como si ya hubiera aceptado que su vida se definirá no por el amor romántico, sino por el deber hacia su familia.

El capítulo muestra cómo los personajes femeninos deben tomar decisiones difíciles, no por falta de amor, sino por fidelidad a valores que, muchas veces, las obligan a sacrificarse. Marta, que en otros tiempos estuvo profundamente conectada con Fina, parece haber cerrado esa puerta también. Su frase implícita en el título del capítulo —”ya no la quiero a ella, solo quiero a mi familia”— sintetiza el momento emocional en el que se encuentra: no hay espacio para pasiones personales, solo para compromisos familiares.

De fondo, se percibe también la angustia de Begoña, quien no solo pierde a Andrés, sino también una parte de su propia identidad al verse obligada a dejar la casa en la que creyó que podía construir una nueva vida. La ruptura no es solo amorosa, sino existencial. Y si bien hay un matiz de esperanza en su búsqueda de empleo, la tristeza que deja su salida es palpable.

Esta entrega de Sueños de libertad pone sobre la mesa uno de los dilemas más dolorosos de la vida adulta: cuando el amor no es suficiente, cuando las responsabilidades pesan más que los deseos, y cuando las mujeres deben tomar decisiones que duelen profundamente, pero que son necesarias para seguir adelante con dignidad.

Marta, por su parte, demuestra una madurez notable. Aunque su corazón tenga historia, ha elegido la estabilidad de su familia y el bienestar de los suyos. El vacío que deja esa elección es grande, pero en su mirada no hay queja, solo aceptación. Ella sabe que ya no puede vivir para sí misma, porque se ha convertido en pilar de una estructura frágil. Su madre, su hermano, María, incluso el propio Andrés, todos dependen de su equilibrio, de su capacidad para sostener el caos que los rodea.

En resumen, este capítulo marca un punto de inflexión no solo en la trama sentimental, sino también en la transformación interna de las protagonistas. El amor, aunque presente, no tiene cabida en un entorno regido por deberes y lealtades inquebrantables. Marta y Begoña se despiden no solo como amigas, sino como mujeres que han amado, han perdido y, aún así, deben levantarse y seguir adelante. Una escena intensa, íntima, que anticipa nuevas tensiones, pero también el inicio de caminos separados donde cada una deberá encontrar su lugar… lejos del otro.

Y con esta frase no dicha pero sentida —“Ya no la quiero a ella, solo quiero a mi familia”— Marta cierra un capítulo de su vida y, quizás, también su corazón.

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