Suna frente a la encrucijada: ¿lealtad familiar o poder en la mansión?
Los días de Suna transcurren envueltos en una tensión sorda, como si cada minuto fuera un recordatorio de que su vida ha dejado de pertenecerle. Desde que terminó su compromiso con Saffet, todo ha cambiado. La libertad que saboreó durante un breve tiempo se ha desvanecido por completo bajo la sombra autoritaria de su padre, Kazim.
El hombre ha vuelto a imponer su ley con mano de hierro. Le ha prohibido salir de casa, ni siquiera le permite ir al gimnasio. “Una mujer soltera no tiene por qué andar sola por ahí”, le repite con tono áspero, como si su soltería fuese una vergüenza que ocultar, no una elección ni una oportunidad. Para Kazim, Suna debe permanecer en casa, callada, obediente. Como una prisionera sin barrotes.
Pero lo que la joven no imaginaba era que aquel día, su encierro recibiría una visita inesperada que lo cambiaría todo. Sin previo aviso, Ifakat, la influyente matriarca de la familia Korhan, cruzó el umbral de su hogar. Su presencia, elegante y firme, inundó la sala como un perfume intenso. Al ver a Suna con los ojos enrojecidos por el llanto, no dudó en lanzar su primera frase:
—“Debería haber sabido que Saffet te haría daño. Lo siento mucho. Quiero compensártelo devolviéndote la vida que mereces.”
Suna no daba crédito. ¿De repente Ifakat mostraba remordimiento? ¿Después de todo lo que permitió, de todas las humillaciones silenciadas, venía ahora a pedir perdón? Su reacción fue inmediata: se apartó, visiblemente molesta. Su voz temblaba de rabia contenida cuando respondió:
—“¿Ahora te arrepientes? ¿Después de haberme ofrecido como moneda de cambio? No te creo.”
Pero Ifakat no retrocedió. Su mirada se endureció, como si su verdadera propuesta estuviera por llegar. Y así fue. Tras una breve pausa, le lanzó la bomba:
—“Quiero que te cases con Kaya. Es tu oportunidad de convertirte en la señora de la mansión. El lugar que siempre debió ser tuyo.”
Suna sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. Durante años, había vivido a la sombra de su hermana Seyran. Siempre le habían dicho que era menos, menos valiente, menos querida, menos importante. Ahora, esa misma mujer que tantas veces la ignoró venía a ofrecerle el trono que alguna vez soñó… pero con condiciones. Casarse con Kaya. Integrarse a la familia Korhan desde un sitio de poder. Ser la esposa legítima del heredero, la figura que controla la casa desde dentro.
Pero a qué precio.
Suna, con el corazón encogido, no dudó en recordarle algo fundamental:
—“Seyran es mi hermana. La quiero. No pienso hacerle daño.”
Ifakat no pareció inmutarse. De hecho, su voz se volvió aún más aguda, con ese tono manipulador que usaba cuando necesitaba doblar la voluntad de alguien:
—“Tú también podrías plantarle cara. A ella… y a tu padre. Fíjate en cómo Ferit defiende a Seyran. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo tú?”
La joven se quedó en silencio. Ifakat se marchó dejándola sola, con la propuesta flotando en el aire como una daga suspendida sobre su conciencia.
Una propuesta envenenada
Lo que más atormentaba a Suna no era tanto el contenido de la propuesta, sino el veneno que llevaba adherido. Ifakat no solo le ofrecía una vida mejor, le ofrecía poder, visibilidad, respeto… todo aquello que siempre le fue negado. Pero lo hacía a costa de su hermana. A costa de sus principios. A costa de sí misma.
Porque aceptar significaría traicionar el vínculo con Seyran. Significaría participar del juego sucio del que tantas veces renegó. Pero rechazarlo también tendría consecuencias. Su padre, Kazim, ya había dejado claro que si ella no tomaba las riendas de su destino, él lo haría. Y su versión del futuro seguramente no incluía dignidad, ni libertad.
En el fondo, Suna sabía que Ifakat tenía razón en una cosa: debía tomar una decisión ya, o alguien la tomaría por ella.
El fantasma de una vida deseada
La noche cayó sobre la mansión como una sábana pesada. Suna se encerró en su habitación, repasando mentalmente cada palabra, cada insinuación, cada mirada de Ifakat. No era la primera vez que soñaba con vivir en esa mansión. Desde pequeña había observado con cierta envidia cómo Seyran ocupaba un lugar que ella también sentía merecer. Siempre a la sombra. Siempre la segunda.
Pero la vida no se trataba solo de ocupar espacios. También se trataba de cómo los ocupabas. ¿Estaba dispuesta a hacerse con ese lugar traicionando a su hermana? ¿O prefería seguir siendo una víctima del control de Kazim, sin voz ni elección?
Esa noche no durmió. Las horas pasaron con lentitud mientras las dudas la devoraban por dentro.
¿Lealtad o ambición?
Suna se encuentra atrapada entre dos fuegos. Por un lado, su hermana, la única que la ha protegido de verdad. Por el otro, la posibilidad de romper con su padre, de convertirse en alguien con peso, con presencia. El futuro se presenta como un campo de minas.
Ifakat ha encendido la chispa de la duda y lo ha hecho con maestría. Porque sabe que la lucha por el poder no solo se gana en el terreno, también en el corazón y la mente de los demás. Ha tocado el punto débil de Suna: el deseo de ser vista, de ser respetada, de decidir por sí misma.
¿Aceptará Suna la propuesta? ¿Se convertirá en rival de su propia sangre o se mantendrá fiel a la familia, aún a costa de su libertad? Lo único claro es que, a partir de ahora, nada volverá a ser como antes.