En los próximos capítulos de La Promesa, el espectador será testigo del despertar de una de las figuras más complejas y temidas del palacio: Petra Arcos. Aquella mujer que muchos creían domada o incluso redimida por la influencia bondadosa del padre Samuel, está a punto de resurgir con una fuerza oscura que promete desestabilizar de nuevo todo el equilibrio de poder en la finca. La continua humillación que ha sufrido Petra por parte de Leocadia de Figueroa —la conocida “postiza”— ha terminado de encender una chispa que tarde o temprano se convertirá en incendio.
Desde la llegada de Leocadia, Petra no ha conocido más que desprecios, humillaciones públicas y la constante pérdida de respeto. Pero el nombramiento de Cristóbal Ballesteros como nuevo mayordomo ha sido la gota que ha colmado el vaso. Para Petra, perder su lugar en la jerarquía del palacio es más que un revés: es un ultraje que clama venganza. Si bien Petra ha mostrado cambios desde que Samuel tocó su vida —esa mujer dura había empezado a suavizarse, preocupándose incluso por otros, como cuando preguntó a María Fernández por sus sentimientos—, Leocadia ha hecho que esas grietas en su coraza se cierren de nuevo a golpes de desprecio.
La llamada telefónica que Petra se atrevió a hacer al obispado para obtener noticias de Samuel, desafiando las reglas, marca el inicio de su despertar. Es un gesto de lealtad, pero también una muestra de que en su interior arde una lucha entre la gratitud hacia quien la trató con dignidad y la rabia acumulada que no puede seguir conteniendo. Sin embargo, este acto temerario no quedará impune. Petra es sorprendida por Cristóbal en plena llamada, y el rumor de su desafío podría llegar rápidamente a oídos de Leocadia. Las represalias prometen ser devastadoras.
Mientras tanto, en los pasillos de La Promesa, la tensión es palpable. Petra, aunque intenta mantener la calma, guarda cada humillación como un veneno en su memoria. La posibilidad de una venganza empieza a latir con fuerza. No sería la primera vez que Petra mueve los hilos desde la sombra; ya lo hizo contra doña Cruz, la anterior marquesa, a quien ayudó a destronar y llevar a la cárcel. Ahora, la historia podría repetirse, solo que esta vez la víctima en la mira es Leocadia.
El espectador se pregunta si Petra, que empezó a mostrar humanidad y gestos de bondad gracias a Samuel, volverá a sumergirse en la oscuridad. ¿Podrá contener su sed de revancha o asistiremos al regreso de la Petra despiadada, la misma que en el pasado conspiraba sin remordimientos? Lo cierto es que en el palacio nadie olvida y menos Petra. Cada palabra hiriente, cada mirada de desprecio que Leocadia le ha lanzado, se ha acumulado en un rincón de su alma donde la venganza madura lentamente.
La situación es un juego peligroso: Petra no siente lealtad por Leocadia como la tuvo —aunque fuera torcida— por doña Cruz. Por eso, Leocadia debería cuidarse las espaldas. Porque en La Promesa, todo tiene un precio, y Petra sabe muy bien cómo hacer que sus enemigos lo paguen, de manera elegante, calculada y sin dejar rastros.
El espectador queda en vilo, sabiendo que cuando Petra decide actuar, nada es casual. Cada paso estará medido, cada palabra será una pieza en su juego de ajedrez. La pregunta ya no es si se vengará, sino cuándo y cómo. Y si algo está claro es que la venganza de Petra no será inmediata, pero sí demoledora, fría y precisa. La verdadera Petra está de regreso y no parará hasta ver a Leocadia pagar por cada desprecio recibido.