En los próximos episodios de La Promesa, se avecina una tormenta emocional que promete marcar un antes y un después en la vida de varios de los personajes principales. En el centro de esta intensa narrativa está Curro, atrapado en una espiral de presiones familiares, decisiones impuestas y un amor que parece imposible. La historia se convierte en un reflejo dramático de la eterna lucha entre el deber y el deseo, entre la libertad y las cadenas del linaje.

Todo comienza con la creciente tensión en la finca. El ambiente se vuelve irrespirable, especialmente para Jana, quien, tras abandonar sus humildes orígenes y ascender a los espacios nobles de la casa, se enfrenta al rechazo del mundo aristocrático. Aunque Manuel intenta tender puentes entre ambos mundos, la resistencia es feroz. La marquesa Cruz, orgullosa y controladora, interpreta cualquier gesto de Jana como una ofensa directa. La negativa de Jana a sentarse en la mesa de los marqueses no es vista como incomodidad, sino como una rebelión, y Cruz, experta en castigos silenciosos, prepara su venganza en las sombras.

Mientras Jana lucha por no ser transformada en alguien que no es, otra trama se intensifica: el conflicto de Curro. Afectado por la presión de su entorno y el peso de las expectativas sociales, se ve acorralado por una propuesta de matrimonio con Julia, la joven cuyo honor supuestamente debe ser restaurado. Don Juan, figura influyente, insiste en que la boda es no solo necesaria, sino obligatoria: una forma de reparar daños y honrar la memoria de Paco, el hombre que crió a Curro. El dilema de Curro es profundo y desgarrador. En su corazón sabe que no ama a Julia, pero el sentido del deber y la culpa amenazan con aplastar sus verdaderos sentimientos.

En paralelo, Lorenzo no cesa de presionarlo. Día tras día le recuerda la importancia de ese matrimonio, presentándolo como la única vía honorable. Curro, cada vez más aislado, comienza a ceder, convencido de que su voluntad no tiene lugar en una familia que solo valora las apariencias. Pero Alonso, con su habitual sensatez, intentará abrirle los ojos, recordándole que casarse sin amor solo le traerá infelicidad. ¿Tendrá Curro el coraje de desobedecer o acabará sacrificándose por el bien ajeno?

Mientras tanto, Manuel, en un intento de integrar a Jana, comete un error bienintencionado: le ofrece los vestidos de Leonor, un gesto que desata la ira de Cruz. Para la marquesa, que lo controla todo hasta el mínimo detalle, esto es inaceptable. Decide entonces que será ella misma quien supervise el vestuario de Jana, más como una imposición que como una cortesía. Petra, la fiel ejecutora de las órdenes de Cruz, es enviada a vigilar a Jana e impedir que tenga contacto con la servidumbre, en un nuevo intento de aislamiento y reeducación forzada.

En este contexto opresivo, la boda entre Catalina y Pelayo se presenta como un oasis. Su amor parece sincero, libre de las trampas de los intereses aristocráticos. Los preparativos avanzan, y la ceremonia, que tendrá lugar en la capilla de la finca, promete ser un momento de esperanza y emoción. Samuel, encargado de oficiar el enlace, vive también su propio conflicto interior. Tras confesarle a María que fue él quien robó el crucifijo desaparecido, intenta reparar su falta devolviéndolo a don Ricardo. Sin embargo, María no acepta su arrepentimiento y lo acusa públicamente, agravando las tensiones dentro de la finca.

El juego de apariencias también afecta a Cruz y Alonso, cuyo matrimonio parece desmoronarse bajo el peso de rumores y silencios. La marquesa, en un acto de reafirmación social, organiza una fiesta con los duques de Los Infantes, con el objetivo de acallar las habladurías sobre su relación con María Antonia. Alonso, cansado de la hipocresía de ese mundo, se niega a asistir, prefiriendo la honestidad del aislamiento a la falsedad de las apariencias.

Mientras la tensión crece, Teresa toma una decisión dolorosa pero firme: quedarse en La Promesa, renunciando a una posible vida diferente, por sentido del deber y fidelidad. La lealtad y la resignación marcan también la vida de muchos criados, que son víctimas colaterales de los caprichos de los nobles. Petra, por su parte, aprovecha cualquier excusa para incrementar su poder: ahora usa el crucifijo perdido como arma de chantaje contra Marcelo, convencida erróneamente de que mantiene una relación con Teresa.

En medio del caos, se planea una segunda cena de bienvenida para Jana. Cruz la organiza con la esperanza de forzar su integración, pero la joven, sobrepasada por la ansiedad, termina abandonando la mesa. Su incomodidad es palpable, y su rechazo a adaptarse la hace aún más vulnerable ante los planes de la marquesa.

Las piezas se mueven en un tablero dominado por la estrategia y el miedo. Cada gesto es analizado, cada palabra puede ser un arma. En este contexto, Curro parece inclinarse, finalmente, hacia el matrimonio con Julia. El rostro de un joven resignado, vencido por el peso de los deberes que no le pertenecen. Su “sí” no será un acto de amor, sino de derrota. Una rendición silenciosa que marcará su destino y su alma.

Y mientras la fecha del enlace entre Catalina y Pelayo se acerca inexorablemente, La Promesa se convierte en un espejo de los conflictos humanos más profundos: la lucha por la identidad, la resistencia frente al poder, el anhelo de libertad frente a los barrotes invisibles del linaje. ¿Podrá Curro romper con lo que otros han decidido por él? ¿Tendrá Jana la fuerza para no ceder ante el dominio de Cruz?

En esta historia de pasiones reprimidas, secretos enterrados y decisiones dolorosas, la pregunta que resuena es siempre la misma: ¿seguiremos al corazón o al deber?