El conflicto entre Catalina y Alonso alcanza un punto crítico: Catalina amenaza con abandonar el palacio llevando consigo a sus hijos si Alonso no hace lo que ella exige. Esa advertencia estalla como un huracán en la rutina del marqués, rompiendo la frágil armonía que aún mantenían. Su matrimonio, ya dañado, se tambalea ante esa decisión radical.

Alonso, sumido en la incertidumbre, siente que no solo su hogar está en riesgo, sino también su autoridad como padre y cabeza de familia. Ha llegado el momento de elegir: responder a la amenaza emocional de Catalina o intentar salvar lo que queda de su relación. La tensión crece, los reproches velados se convierten en palabras firmes, y el futuro de Adriano y su familia quedará en una balanza precaria.

Lope estrena cargo y su mundo da un vuelco

Para Lope, el primer día como lacayo es una prueba dura. Dejando atrás su rol de cocinero, se enfrenta a una posición más baja, más rígida y más vigilada. Sus antiguos compañeros del servicio intentan convencerlo de revertir la decisión: no quieren que abandone su lugar en la cocina, donde se sentía útil y valorado. Sin embargo, su despedida del quemado fogón es definitiva. No hay vuelta atrás, aunque los tresahilos del afecto y la nostalgia se enreden en su mente cada vez que ve el delantal vacío colgado.

En el nuevo cargo, Lope encuentra frialdad, órdenes constantes y la presión de encajar en un servicio que cambia a su alrededor con rapidez. A pesar de su lealtad anterior, ahora sus uniformes son diferentes, sus funciones alteradas y sus vínculos con quienes dejó atrás desgastados. Su adaptación no será fácil, y cada gesto en su nueva condición le recordará lo que ha perdido.

La oferta de Leocadia y el dilema de Manuel

Manuel, ocupado en sus proyectos e intentando recuperar su vitalidad, recibe una propuesta inesperada de Leocadia: invertir sumas generosas a cambio de convertirse en propietaria absoluta de la empresa. La oferta brilla con promesas de estabilidad financiera y expansión, pero Manuel duda. ¿Valdrá la pena enfrentarse a la sospecha de que ella quiere controlar su creación y arrebatarle el legado de su esfuerzo? El empresario siente que su orgullo y sus valores están en juego.

Mientras él debate internamente, Enora, que ha estado observando la relación entre Leocadia y Manuel, lo alienta a considerar la oferta como una oportunidad real. Cree que si se gestiona con prudencia, la inversión puede convertirse en una alianza útil. Enora, además, empieza a sentir afecto por Toño, y en un momento de valentía lo invita a ir juntos a la feria de Luján. Una luz romántica que surge entre tanto conflicto, una pausa amable en medio de la tensión que abraza el palacio.

Una atmósfera cargada de presagios… y un paquete inesperado

Aunque cada personaje tiene su propia preocupación, hay algo intangible flotando en el aire del palacio: una sensación extraña, inquietante, como si una sombra se arrojara entre ellos. El murmullo de los pasillos cambia, las miradas se vuelven más alertas. Algo está a punto de estallar.

Es en ese contexto que Alonso recibe un paquete misterioso remitido por Cruz. Dentro hay un retrato al óleo de la marquesa, obra de un prestigioso pintor de la Corte. El cuadro es hiperrrealista: cada detalle de su rostro, la textura del vestido, la mirada helada… se capturan con tal precisión que parece estar viva sobre el lienzo. La noticia del retrato corre como pólvora. Nadie esperaba que Cruz volviera a hacer acto de presencia, ni siquiera desde el pasado.

El retrato de Cruz toma el palacio y las emociones estallan

Con el retrato colgado en un lugar central del salón principal, el palacio se revuelve. Señores, doncellas, criados y caballerizas sienten una presión invisible. La “presencia” de la marquesa parece pesar en cada rincón. Nada ni nadie escapa a su mirada pintada.

Para Manuel, el impacto es devastador. El retrato reaviva fantasmas que creía enterrados. Al acto funesto que cortejó la muerte de Jana, se suman ahora las emociones que lo ahogan: culpa, dolor y una rabia muda. Ver el rostro de su madre lo sacude hasta la médula, como si su ausencia nunca hubiera sido asimilada. Las heridas, abiertas aún, se agravan con esa mirada ríspida y eterna.

Otros personajes también responden: algunos sienten miedo supersticioso, otros cruzan el pasillo con la cabeza baja. El personal empieza a referirse al retrato como un mal augurio que puede traer desgracia. Las supersticiones toman fuerza cuando lo racional no alcanza. El cuadro se convierte, sin decir palabra, en el eje del desorden emocional que desborda a todos.

Catalina contra Adriano: una amenaza que exige respuesta

Entretanto, el barón de Valladares vuelve a aparecer, reclamando respeto por las condiciones puestas a Catalina y Adriano. Envía un ultimátum: el tiempo para dar marcha atrás se agota. Lo que antes era una disputa familiar ahora puede desbordarse en escándalo público. Alonso, entre la amenaza de partida de Catalina y ese ultimátum, se ve acorralado.

La presión lo lleva a tomar un giro inesperado: en vez de ceder o esperar, decide actuar con firmeza. Interviene directamente en la disputa familiar, intentando reestablecer la jerarquía y el orden. Pero su resolución no apunta solo a contener el conflicto emocional, sino a reafirmar su autoridad.

El nuevo régimen de Cristóbal y la discordia en el servicio

Mientras tanto, Cristóbal, cada vez más estricto, introduce cambios drásticos en la logística del palacio, con impacto severo en la servidumbre. Implementa un nuevo sistema de comidas y cenas por turnos: ya no todos comen juntos. En su lógica, esa medida mejora la eficiencia. Pero los empleados del servicio sienten que les quitan el único momento de camaradería que les permite respirar, evadir el estrés de su posición y sentirse familia por unas horas.

La norma genera malestar inmediato: protestas silenciosas, miradas resignadas, conversaciones cortas y tensas. Lo que para Cristóbal es disciplina, para muchos es una agresión. La división entre “señores y criados” aumenta y se siente más aguda que nunca.

La herida que no cicatriza y el retrato que aviva memorias

Nunca imaginaría Manuel que vería de nuevo a Cruz, aunque sea pintada. El retrato revuelve algo dentro de él, destruyendo cualquier intento de olvidar el pasado. Esa figura que lo acompañó con manipulación y poder, ahora en óleo, parece reprocharle cada derrota, cada lágrima de Jana, cada silencio que nunca pronunció.

Manuel abandona la sala con el rostro desencajado, el alma herida y la certeza de que el retrato no es solo una obra de arte: es un eco húmedo del terror que vivió. Cada pincelada parece recordarle lo que perdió, lo que nunca pudo contar y lo que aún cargará con él.

En este episodio, los conflictos se entrelazan: Catalina y Alonso juegan con emociones extremas, Lope reconfigura su identidad, Manuel enfrenta sus fantasmas y la servidumbre sufre cambios institucionales. Todo se conjuga para arrastrar a todos hacia un punto de quiebre: decisiones irreversibles, revelaciones peligrosas y confrontaciones directas que podrían cambiarlo todo en La Promesa.

Este episodio no solo entretiene, sino que empuja a cada personaje a mirar su propia sombra. Porque el verdadero poder no está solo en lo que se muestra, sino en lo que el pasado guarda, en los silencios no dichos y en los retratos que vuelven para cobrar su dignidad.