En los próximos episodios de La Promesa, Adriano dará un golpe maestro contra el temido Barón de Valadares, usando como arma un secreto tan oscuro que el noble había mantenido enterrado durante décadas. Todo comienza con una irrupción inesperada: el Barón llega sin avisar al palacio de los Luján, con el ceño fruncido y una determinación peligrosa. Su objetivo es claro: enfrentarse a Catalina y presionar a Alonso para que expulse a su propia hija del hogar, bajo amenaza de destruir económicamente a toda la familia con un acuerdo comercial muy ventajoso que solo él controla.

Alonso, atrapado entre su amor paternal y la supervivencia del apellido Luján, cede a la presión y le pide a Catalina que se traslade temporalmente al otro palacio familiar en Salamanca. La joven, indignada y dolida, comprende que la decisión de su padre es fruto del chantaje. Aunque decide marcharse para evitar un enfrentamiento mayor, no oculta su decepción. Adriano, que ha presenciado todo en silencio, siente cómo la rabia le quema por dentro.

En los días siguientes, la presencia del Barón se vuelve insoportable: camina por el palacio como si fuera suyo, desprecia a los sirvientes, critica los hábitos de todos y, sobre todo, humilla a Catalina cada vez que tiene oportunidad. La tensión se palpa en cada rincón. En un enfrentamiento directo en el vestíbulo, Catalina le planta cara con una valentía que desconcierta incluso a Adriano, dejando claro que no agachará la cabeza ante nadie.

Pero la presión crece. El Barón convoca a Alonso a su despacho improvisado y le pone sobre la mesa la propuesta definitiva: si envía a Catalina lejos, los Luján recibirán un acuerdo comercial que devolverá el esplendor a la familia. Si se niega, el mismo acuerdo irá a parar a manos de sus rivales, condenando su linaje. Alonso pasa la noche sin dormir, atormentado por la decisión. Finalmente, comunica a Catalina que lo mejor es que se marche. Ella acepta, pero no por obediencia al Barón, sino por dignidad.

Mientras Catalina prepara su partida con la ayuda de Adriano y varios criados leales, el Barón observa la escena desde lo alto de la escalera, saboreando su aparente victoria. Alonso, encerrado en su despacho, evita enfrentarse a su culpa. Sin embargo, justo antes de subir al coche, Adriano siente un impulso: regresa al interior del palacio y comienza a registrar la biblioteca. Allí, en el escritorio del marqués, encuentra un paquete de papeles con el sello de Valladares. Entre ellos hay un contrato antiguo y, lo más importante, una carta firmada por el exmayordomo de la familia del Barón.

En esa carta, el sirviente relata un escándalo cuidadosamente encubierto: décadas atrás, el Barón tuvo un hijo ilegítimo con una empleada y, para evitar el escándalo, usurpó la identidad de un sobrino fallecido para registrarlo como heredero legítimo. Peor aún, el documento demuestra que el propio título de Barón fue obtenido de forma fraudulenta, falsificando registros y desplazando al verdadero heredero, ya muerto sin descendencia.

Con esta bomba en las manos, Adriano espera el momento perfecto. Esa misma noche, durante la cena, irrumpe en el salón con una carpeta. Ante el asombro de todos, acusa directamente al Barón de haber construido su nobleza sobre una mentira y presenta la carta como prueba. Revela, además, que ha enviado copias a la Casa Real, garantizando una investigación formal y la pérdida inmediata del título.

El silencio es absoluto. Petra deja caer una copa, Simona se lleva la mano a la boca. El Barón intenta desacreditar la prueba, pero Adriano insiste: la declaración fue jurada y archivada en notaría. Alonso, que ha escuchado parte desde el pasillo, entra y confirma que todo es cierto. El Barón, acorralado, lanza insultos y acusa a Adriano de ser un bastardo resentido. La respuesta de Adriano es tajante: prefiere ser un bastardo honesto que un noble mentiroso.

Alonso le da una última oportunidad al Barón de marcharse con algo de dignidad. Sin recibir apoyo de nadie, ni siquiera de Leocadia, el hombre se retira derrotado, consciente de que su ruina es inminente.

Esa noche, Alonso llama a Adriano a su despacho para agradecerle. Le reconoce como alguien digno, mucho más que muchos nobles que ha conocido. Adriano responde con humildad: la dignidad no está en la sangre, sino en las decisiones. Conmovido, Alonso le pide que regrese al palacio con Catalina y le recuerda que ese también es su hogar.

Al amanecer, una nueva carroza entra por la puerta del palacio. Esta vez no es para expulsar a nadie, sino para devolver a Catalina, acompañada de Adriano y sus hijos. Regresan con la frente en alto, la justicia de su lado y el Barón fuera de juego para siempre.