En el universo sombrío de La Promesa, los personajes no solo viven atrapados por pasiones y secretos, sino también por estructuras sociales que les niegan libertad. Entre ellos, destaca Úrsula, un personaje que, más allá de su aparente fragilidad, encarna de manera perfecta el arquetipo de la doncella gótica: vulnerable, perseguida, sometida por fuerzas patriarcales y familiares que moldean su destino sin concederle apenas margen de elección.
Este rasgo conecta a Úrsula con las heroínas clásicas de la novela gótica del siglo XVIII, como Isabela en El castillo de Otranto (1764), obra que inauguró el género. Ambas mujeres parecen hijas de una misma tradición literaria: jóvenes que no gobiernan su propio futuro, condenadas a habitar escenarios opresivos, víctimas de intrigas familiares y de la imposición de alianzas matrimoniales que las reducen a piezas de ajedrez en los juegos de poder de otros.
El peso del patriarcado en La Promesa
La historia de Úrsula está marcada desde el inicio por la tiranía de figuras de autoridad. En Otranto era Manfredo, el príncipe ambicioso que deseaba perpetuar su linaje a través de un matrimonio forzado con su nuera. En La Promesa, ese mismo rol lo cumplen su padre y la temible tía Victoria. El primero, cruel y desalmado, expulsa cualquier atisbo de autonomía en su hija; la segunda, maquiavélica y calculadora, la convierte en una simple herramienta para ejecutar sus planes dinásticos.
Así, el cuerpo y la voluntad de Úrsula no le pertenecen. Ella debe obedecer, aceptar, resignarse. Se convierte en un peón de un tablero mucho más grande, donde los lazos de sangre son cadenas y donde la obediencia se impone como única opción para sobrevivir. El patriarcado se manifiesta no solo en las órdenes, sino en el control absoluto de su destino: con quién debe relacionarse, a quién debe amar, cómo debe comportarse.
El hogar como prisión
Otro de los grandes paralelismos entre las doncellas góticas y Úrsula es el espacio que habitan. Ni el hogar ni el palacio son refugios; por el contrario, funcionan como cárceles.
Isabela queda encerrada en los corredores oscuros del castillo de Otranto, sin salida. Úrsula, en La Promesa, queda atrapada en la Casa Grande, un edificio majestuoso pero helado, tan severo como el valle que lo rodea. Sus muros se convierten en testigos mudos de conspiraciones, secretos y dolor. Todo pasillo, cada cámara, cada estancia refuerza la sensación de encierro, como si el propio espacio se confabulara para someterla.
Al mismo tiempo, Úrsula vive la experiencia del exilio. Desterrada del ámbito que debería protegerla, sabe que regresar a la casa paterna sería tan solo cambiar de prisión, no una liberación. Su vida transcurre en espacios ajenos, en terrenos donde nunca llega a sentirse parte. Es extranjera en su propio destino.
Amor imposible y sacrificio
El amor, en este contexto, no llega como refugio, sino como otra forma de condena. En Otranto, Isabela es perseguida sin deseo propio y termina casada por deber. Úrsula corre la misma suerte: debe obedecer la orden de seducir a Rafael, el hijo del duque, aunque su corazón ya esté entregado a otro. El sentimiento genuino se ve aplastado por las exigencias familiares y por los arreglos de conveniencia.
Su historia es la de un amor condenado, imposible de florecer, pues los sentimientos se subordinan a los planes de terceros. Ni la voluntad ni el deseo de las protagonistas tienen cabida: se impone la coerción, se negocia su futuro como si fueran bienes transferibles, mientras ellas resisten en silencio.
Resistencia en la sumisión
Y, sin embargo, Úrsula no es débil. Su fuerza no se mide en rebeliones abiertas, sino en la capacidad de soportar, de resistir, de sobrevivir. Mientras Isabela en Otranto logra mantenerse intacta gracias a la castidad y la huida, Úrsula recurre a la obediencia estratégica, a la astucia y, en ocasiones, incluso a la crueldad necesaria para continuar.
Su poder radica en la paciencia: no derribar a los opresores, sino sobrevivirlos, esperar el momento justo en que la corrupción que los sostiene termine devorándolos desde dentro. En esta resistencia pasiva se encuentra su verdadera heroicidad, aunque la narrativa gótica insista en envolverla en sombras de melancolía.
Paralelismos de personajes
Las correspondencias entre Otranto y La Promesa son tan claras que parecen espejos:
- Úrsula e Isabela: jóvenes sometidas, perseguidas, sin capacidad de decisión, cuyo destino es manipulado por otros.
- Manfredo y el padre de Úrsula: figuras patriarcales despóticas, obsesionadas con el poder y dispuestas a sacrificar a sus hijas en aras de su linaje.
- Victoria y las cómplices maternas: la tía de Úrsula encarna el mismo papel que Hipólita de Otranto, mujeres que, lejos de proteger, refuerzan el orden patriarcal y sostienen el encierro de las doncellas.
- Los amados: Teodoro en Otranto y Rafael en La Promesa son nobles que, aun siendo objeto de deseo, siguen caminos que excluyen a las protagonistas, negándoles un futuro pleno.
- Las rivales: Matilda en Otranto y Adriana en La Promesa representan el obstáculo romántico, no por culpa propia, sino como consecuencia de un entorno que no tolera el amor libre.
En conjunto, todos ellos forman un mosaico gótico donde el destino de la heroína se entrelaza con fuerzas que la sobrepasan.
Los cinco patrones góticos en La Promesa
La historia de Úrsula refleja con precisión los cinco grandes motivos góticos que ya aparecían en Otranto:
- La crisis dinástica: en Otranto, una profecía amenaza al linaje; en La Promesa, la duquesa se obsesiona con controlar los matrimonios y uniones para asegurar el futuro de su casa.
- El escenario remoto: castillos, palacios y valles aislados donde el silencio pesa más que las palabras.
- El encierro femenino: las protagonistas no son libres, sino confinadas en hogares que más parecen tumbas que refugios.
- La resignación melancólica: Isabela acepta un matrimonio por deber; Úrsula persiste en la misión de su tía aunque le consuma la tristeza.
- La atmósfera lúgubre: corredores que resuenan con ecos, montañas que aíslan, casas que se erigen como mausoleos. El entorno mismo respira amenaza y pesadumbre.
¿Hacia dónde se dirige Úrsula?
La pregunta que queda en el aire es si Úrsula repetirá el destino de Isabela, resignada a un matrimonio sin amor, o si logrará romper con ese ciclo de opresión. La serie juega con esa ambigüedad, sembrando la duda de si su aparente sumisión es solo fachada y si en el fondo se gesta una rebelión silenciosa que podría cambiarlo todo.
Por ahora, el espectador solo puede ver cómo la atmósfera gótica envuelve cada decisión, cómo el amor se trueca en obligación, cómo la libertad se convierte en cautiverio y la esperanza en resignación. La Promesa, fiel al espíritu del género, nos recuerda que los hogares no siempre protegen, que las familias pueden ser cárceles y que, a veces, la mayor heroicidad es resistir en silencio.
¿Será Úrsula la próxima duquesa de Valle Salvaje? ¿O quedará sepultada bajo el peso de los planes de Victoria y de la voluntad de su padre? La respuesta, como todo en las historias góticas, se esconde entre sombras, aguardando el momento de revelarse.