En los próximos capítulos de La Promesa, la tensión dentro del palacio alcanzará un punto insostenible. Lo que durante semanas había permanecido como un rumor apenas perceptible, como una serie de miradas furtivas y gestos casi imperceptibles, se transformará en una verdad imposible de ocultar. Alonso descubrirá de la forma más cruel e inesperada que Leocadia y Cristóbal son amantes, y su reacción cambiará para siempre el destino de los personajes.

Todo comenzará con pequeños encuentros. Al principio, Leocadia y Cristóbal se moverán con cierta cautela, conscientes del peligro que implica ser descubiertos. Sin embargo, la pasión contenida durante tantos años resultará imposible de disimular. Cada roce, cada palabra en voz baja y cada excusa para coincidir en rincones apartados del palacio alimentará un fuego que tarde o temprano debía estallar.

Lo que nadie sospechaba es que su historia no era reciente. Muy al contrario: ambos arrastraban un pasado secreto, un vínculo que se había forjado muchos años atrás, en circunstancias muy distintas, y que había sobrevivido en silencio hasta este reencuentro. El regreso de Cristóbal al servicio no fue casualidad, sino una estrategia calculada por Leocadia, quien movió los hilos para traer de vuelta a su antiguo amante bajo el disfraz de un mayordomo leal.

Desde ese momento, todo se volvió más intenso. El espectador será testigo de cómo Leocadia revela sin pudor que ella misma exigió la contratación de Cristóbal, convencida de que esa era la única manera de recuperar lo que habían perdido. Para ella, el amor y la ambición caminan de la mano: no solo anhela la compañía de Cristóbal, sino que también planea usarlo como cómplice en un plan más oscuro, destinado a arrebatarle a Alonso su título y su poder.

El mayordomo, aunque en un inicio se muestra reticente, acabará cediendo. La promesa de convertirse en marqués y la insistencia de Leocadia terminan arrastrándolo hacia una trama peligrosa. Ambos acuerdan aprovechar la vulnerabilidad de Alonso: un hombre solitario, debilitado por la ausencia de Cruz, que comienza a ver en Leocadia una compañera y posible esposa. Ella, astuta, se muestra servicial, atenta y comprensiva, hasta que consigue lo que tanto deseaba: una propuesta de matrimonio del marqués.

Leocadia, convencida de que todo está bajo control, comparte con Cristóbal su triunfo. Cree que nada ni nadie podrá detenerlos, pero no cuenta con que alguien ya sospecha: Curro. Siempre observador y más perspicaz que los demás criados, él percibe lo que ocurre entre la dama y el mayordomo. Decide seguirlos en silencio, recogiendo pruebas y esperando el momento justo para actuar.

Ese momento llegará cuando Curro, consciente de que Alonso nunca creería en rumores, lo conduzca personalmente a presenciar la traición. El marqués, al llegar a la sala de lectura, quedará petrificado: allí, frente a sus ojos, verá a Leocadia y Cristóbal entregándose a su pasión. El golpe será devastador.

La escena posterior será de una intensidad brutal. Alonso irrumpirá con furia, denunciando a gritos la traición. Cristóbal intentará justificarse, pero no tendrá oportunidad: la voz del marqués tronará llena de desprecio, acusándolo de haber pagado su confianza con engaños. Leocadia, lejos de arrepentirse, reaccionará con arrogancia. Con palabras venenosas, le dirá a Alonso que siempre fue un hombre débil y que jamás estuvo a su altura. No solo no lo amó nunca, sino que lo manipuló con facilidad, riéndose de su ceguera.

Esas palabras encenderán la chispa de la tragedia. Alonso, dominado por la rabia y la vergüenza, decidirá expulsarlos de inmediato del palacio. Pero la situación no se quedará en simples reproches. La tensión subirá aún más cuando Leocadia lo amenace con destruir su apellido y revelar secretos oscuros de la familia. En ese instante, el marqués, fuera de sí, tomará un revólver y apuntará directamente a los amantes.

El desenlace será desgarrador: un disparo resonará en el salón, impactando en Cristóbal. El mayordomo caerá malherido ante la desesperación de Leocadia, que correrá a socorrerlo. Alonso, en estado de shock, apenas alcanzará a murmurar que no quiso hacerlo, que no fue su intención. Pero el daño ya estará hecho.

Curro, testigo de todo, intentará calmar a su padre, arrebatándole el arma de las manos. La tensión en la sala será insoportable: Leocadia llorando sobre el cuerpo ensangrentado de su amante, Alonso paralizado por lo que acaba de hacer, y Cristóbal, entre susurros débiles, confesando que solo deseaba estar con Leocadia.

Con esta secuencia, la serie abrirá un nuevo capítulo marcado por la tragedia. El plan meticuloso de Leocadia se habrá derrumbado en el peor momento posible. Lo que parecía ser su triunfo definitivo se transformará en su ruina, mientras Alonso cargará con el peso de haber disparado contra el hombre que lo traicionó bajo su propio techo.

El título lo resume bien: “Alonso descubre a los amantes de la peor manera posible y los expulsa por un detalle”. Ese “detalle” que lo cambia todo no es otro que la evidencia irrefutable de la traición, vista con sus propios ojos. Ningún rumor, ninguna sospecha; la verdad desnuda frente a él. Y ese detalle será suficiente para que el marqués, cegado por la ira, destroce con sus propias manos el destino de tres vidas.