La noticia de que Suna ha aceptado casarse con Kaya ha sido un auténtico mazazo para Abdin, quien, destrozado por la decisión de la mujer que ama, no ha sabido cómo gestionar el dolor. Sin rumbo y con el corazón hecho pedazos, decide salir con Ferit a un restaurante, con la esperanza de que el alcohol le ayude a olvidar, aunque sea por unas horas, la angustia que lo consume.
Sin embargo, la escena en el restaurante pronto se convierte en un triste espectáculo. Abdin bebe sin parar, copa tras copa, como si intentara ahogar en cada sorbo la amargura que lo devora por dentro. Ferit, su inseparable amigo, no tarda en darse cuenta de que la situación se le está yendo de las manos. Le observa con preocupación, intentando disuadirlo de continuar, pero Abdin, entre lágrimas, repite una y otra vez que “estoy bien”, aunque su cuerpo, su mirada y su voz evidencian todo lo contrario.
Ferit, consciente de que las heridas del alma no se curan con alcohol, intenta animarlo, tratando de buscarle lógica a la decisión de Suna: “Algo está raro. No tiene sentido que quiera casarse con él”, le dice, intentando sembrar una pizca de esperanza. Pero Abdin no está para consuelos fáciles. Tiene claro que el único culpable de su desgracia es él mismo. “Es por mi culpa… no quise escucharla. No me guié por mi corazón”, confiesa, golpeándose el pecho con rabia, como si quisiera castigarse por cada error cometido.
En su rostro se mezcla la rabia consigo mismo, el dolor de la pérdida y la indignación por haber dejado escapar al amor de su vida. No es Suna quien le hiere, ni siquiera Kaya, sino su propia ceguera y su orgullo. Abdin se reprocha no haber sabido valorar a Suna cuando la tenía cerca, cuando aún estaba a tiempo de enmendar las cosas. Ahora, convencido de que la ha perdido para siempre, el arrepentimiento lo consume por dentro.
Las palabras de Abdin calan hondo en Ferit. Viendo a su amigo en ese estado, no puede evitar recordar su propia experiencia cuando él mismo perdió a Seyran tras su primer divorcio. Aquellos días oscuros en los que el amor parecía un recuerdo lejano, cuando los sueños se desvanecieron en un abrir y cerrar de ojos. “Así es la vida… haces planes, sueñas… y de repente lo pierdes todo”, dice Ferit, como si reviviera en carne propia su propio sufrimiento a través de Abdin.
El ambiente en el restaurante se impregna de tristeza. Lo que debería ser una noche de distracción entre amigos se convierte en un escenario de confesiones y lamentos. Abdin se siente hundido, como si hubiera llegado al final del camino, mientras Ferit intenta ser el ancla que lo mantenga a flote, aunque también se ve atrapado en la melancolía de sus recuerdos.
El dolor de Abdin no solo es por el amor perdido, sino también por la oportunidad que dejó escapar. En su mente, repasa una y otra vez los momentos que compartió con Suna, las veces que pudo decirle lo que sentía y no lo hizo, las discusiones innecesarias, la frialdad con la que a veces la trató. Ahora todo eso pesa sobre sus hombros como una losa imposible de levantar.
Por su parte, la figura de Kaya se convierte en un recordatorio constante de su fracaso. Aunque Abdin no guarda rencor hacia él, el simple hecho de saber que será Kaya quien se lleve a Suna al altar le provoca un dolor insoportable. Cada brindis, cada copa que vacía, es un intento desesperado por olvidar esa imagen que no deja de atormentarlo.
Mientras tanto, Ferit, aunque intenta ser fuerte por su amigo, también se ve reflejado en su dolor. No puede evitar pensar en lo mucho que luchó por Seyran y lo fácil que es perder todo en un instante. La vida, a veces, no ofrece segundas oportunidades, y ese pensamiento lo hace temer por el destino de Abdin.
La gran incógnita ahora es si Abdin será capaz de recomponerse. ¿Aceptará que ha perdido a Suna para siempre o encontrará la fuerza suficiente para intentar recuperarla? Las heridas aún están abiertas, pero en algún rincón de su ser podría quedar un resquicio de esperanza.
Quizá, después de todo, el amor que siente por Suna sea tan fuerte como para impulsarlo a luchar una vez más. Tal vez entienda que rendirse no es la opción, que aún queda una mínima posibilidad de demostrarle a Suna que ha cambiado, que está dispuesto a escucharla, a comprenderla y, sobre todo, a amarla como ella merece.
Pero también cabe la posibilidad de que sea demasiado tarde. Suna, herida por el pasado, ha tomado una decisión que parece definitiva. Su compromiso con Kaya no es solo un acto de despecho, sino también una manera de protegerse, de no volver a sufrir. Abdin deberá enfrentarse no solo a sus propios errores, sino también a las barreras que Suna ha levantado a su alrededor.
El tiempo dirá si la historia de Abdin y Suna tendrá un nuevo capítulo o si el final ya está escrito. Por ahora, el dolor es el único compañero de Abdin, y el remordimiento le sigue cada paso que da. Ferit, por su parte, se mantiene a su lado, recordándole que, aunque el amor se pierda, la vida sigue, y siempre habrá una oportunidad para redimirse, incluso si el destino parece ya sellado.
¿Logrará Abdin reconquistar a Suna? ¿Será capaz de demostrarle que ha cambiado? O, por el contrario, ¿aceptará su derrota y dejará que el amor de su vida se le escape para siempre? Las próximas entregas de Una Nueva Vida prometen desvelar si existe una segunda oportunidad para los corazones arrepentidos o si, en el juego del amor, a veces el error es imperdonable.