El capítulo más reciente de La Promesa nos ha dejado una de las escenas más simbólicas y demoledoras que hemos visto en mucho tiempo: Alonso, el Marqués de Luján, solo, envuelto en penumbras dentro de la biblioteca familiar. Esa imagen, poderosa en lo visual y devastadora en lo emocional, resume como pocas la ruina interior y el ocaso que se cierne sobre la casa de Luján. No se trata únicamente de un recurso estético, sino de una metáfora visual que anuncia lo inevitable: el principio del fin para un linaje que, desde hace capítulos, arrastra el peso de sus errores, sus silencios y sus decisiones malogradas.
La dirección ha sabido condensar en esa penumbra la soledad absoluta del Marqués. Un hombre que alguna vez soñó con un futuro esplendoroso para su familia y que ahora se enfrenta a la amarga certeza de que todo aquello que levantó con tanto esfuerzo se derrumba como un castillo de naipes. Y no se trata de un simple bajón anímico; lo que vemos es a un Alonso derrotado, consciente de que sus omisiones y su falta de firmeza lo han transformado en el responsable directo de la decadencia de su casa.
Alonso frente a su propio reflejo
El diálogo con Curro sirve como catalizador. Mientras el muchacho intenta reconfortar al Marqués, Alonso lanza verdades crudas: no ha hecho nada por evitar las desgracias que han asolado al marquesado. Enumerar los episodios recientes es un ejercicio doloroso: la muerte de Eugenia, el encarcelamiento de Cruz, la deshonra de Hann, la detención del capitán, y un largo etcétera. Todos acontecimientos que ocurrieron bajo su techo, en su propia casa, mientras él permanecía pasivo, confiando en que el tiempo o la suerte lo resolverían.
Curro insiste en aliviar la culpa de su tío, pero el espectador comprende que Alonso no se equivoca: su silencio, su indecisión y su eterna espera lo han convertido en cómplice involuntario de cada tragedia. Y ahí reside la verdadera grandeza de la escena: no escuchamos la queja de un hombre injustamente castigado, sino la confesión de alguien que reconoce su parte en la ruina colectiva.
Matrimonios sin amor y la herencia del error
En un momento particularmente íntimo, Alonso recuerda cómo, siendo joven, imaginaba una familia perfecta, un hogar sólido, un matrimonio por amor. La realidad fue muy distinta: en lugar de seguir su corazón, eligió casarse por conveniencia, primero con Carmen y después con Cruz. Aunque el matrimonio con Carmen terminó siendo afortunado, lo cierto es que sus decisiones respondieron más a intereses económicos que a sentimientos auténticos. Esa falta de amor genuino es un eco que todavía resuena en la vida de sus hijos y en el presente del marquesado.
La comparación con Manuel y Catalina resulta inevitable. Ellos, al contrario que su padre, han luchado —con sangre, sudor y lágrimas— por poder casarse con quienes verdaderamente amaban. Alonso, en cambio, escogió el camino fácil, el de las alianzas estratégicas, y el precio que paga ahora es altísimo: un hogar resquebrajado, un título en decadencia y una familia que lo percibe como un hombre quebrado, sin voz ni poder.
La marioneta de Leocadia
La trama ha subrayado una idea que cada vez toma más fuerza: Alonso ya no es dueño de su destino. Su figura se ha convertido en la marioneta de doña Leocadia. Ella mueve los hilos, decide, maniobra y extiende su sombra sobre cada rincón del palacio. Manuel lo ha dicho con claridad y los hechos lo confirman: el Marqués está atrapado en una telaraña que no supo evitar y de la que ya no podrá escapar sin pagar un precio descomunal.
El desenlace de este sometimiento es previsible y terrible: si continúa en esta espiral, Alonso acabará completamente solo. Manuel ya se distancia de su padre, Catalina no tardará en seguir el mismo camino, y Martina, tarde o temprano, también lo hará. Quedará reducido a un título vacío, sin afectos ni apoyos, hasta perderlo todo, tanto en lo emocional como en lo material.
Y no resulta descabellado pensar que, a largo plazo, Leocadia podría apropiarse del marquesado. La serie ha dejado pistas que apuntan en esa dirección. Si Alonso muere o se ve obligado a renunciar, la herencia podría quedar en manos de Leocadia, quien, con falsa generosidad, permitiría a los Luján permanecer en el palacio como meros invitados. Una jugada que encajaría perfectamente con el juego de poder que ella domina a la perfección.
Tramas paralelas que enriquecen el drama
Mientras tanto, la historia se entrelaza con otras secuencias igualmente intensas. Una de las más significativas es la conversación de Leocadia con Ángela durante la rutina nocturna: prepararla para la cama, peinarla, despojarla de la bata. La naturalidad de la acción cotidiana da fuerza a un diálogo cargado de significados ocultos. Allí, el recuerdo del momento en que Lorenzo pidió la mano de Ángela resurge con fuerza, acompañado incluso de un flashback.
La mera evocación de ese episodio sugiere que nada en La Promesa ocurre por casualidad. ¿Podría el destino volver a cruzar a Lorenzo y Ángela de una forma inesperada? Aunque ahora parezca imposible, la serie nos ha enseñado a desconfiar de lo evidente.
El triángulo prohibido: Curro, Ángela y Lorenzo
La especulación más jugosa gira en torno a Ángela y Curro. Su relación clandestina no solo pone en riesgo sus reputaciones, sino que podría tener consecuencias aún más drásticas: un embarazo inesperado. Si Ángela llegara a esperar un hijo de Curro, Leocadia podría verse obligada —por vergüenza social o por interés— a casar a su hija con Lorenzo. El resultado sería un nudo narrativo cargado de ironía: Lorenzo criando, una vez más, un hijo que no es suyo; Ángela convertida en condesa por conveniencia; y el amor prohibido con Curro más intenso e imposible que nunca.
El bodevil que se desplegaría a partir de esta situación tendría un potencial enorme. Sería la confirmación de que en La Promesa no hay destinos sencillos ni caminos rectos, sino una maraña de pasiones ilícitas, alianzas forzadas y sacrificios que mantienen a los espectadores al borde del asiento.
El ocaso del marquesado
En definitiva, este capítulo marca un punto de inflexión para el marquesado de Luján. Alonso se encuentra en el fondo más oscuro de su existencia, consciente de que su legado se desmorona y de que su propia familia empieza a darle la espalda. Leocadia avanza con pasos firmes hacia el control total, mientras las tramas secundarias añaden capas de tensión y dramatismo que anuncian un futuro tormentoso para todos.
El título de este análisis no es gratuito: hemos sido testigos del inicio del principio del fin. El Marquesado de Luján, antaño símbolo de prestigio y estabilidad, se encamina hacia una caída que promete ser tan espectacular como dolorosa. La promesa de felicidad que alguna vez inspiró Alonso se ha transformado en un espejismo roto, en un recuerdo lejano de lo que pudo haber sido y nunca fue.
Y lo más inquietante es que, a juzgar por las pistas y las dinámicas que la serie plantea, lo peor aún está por llegar.