El próximo capítulo de Sueños de libertad marcará un antes y un después en la vida de Andrés, cuando su relación sentimental con Begoña se rompa de forma definitiva, consumida por la culpa, el agotamiento y una verdad que ha sido imposible de ignorar: María sigue ocupando el centro de su vida, incluso desde la cama en la que permanece postrada. Esta intensa escena, de gran carga dramática, revela hasta qué punto las decisiones pasadas arrastran a los personajes a caminos sin retorno.

La escena comienza con un pequeño gesto cotidiano que simboliza el deterioro emocional de Andrés: está intentando cambiar una bombilla por otra más tenue, en la lámpara de María, sin importarle que podría quemarse. “Se ha fundido”, murmura. Begoña, observándolo, no puede evitar notar la devoción con la que él cuida cada detalle del cuarto de su esposa, esa que, pese a todo, aún lo llama con la mirada. Lo que parece una simple tarea doméstica, se convierte en el inicio de una conversación que acabará destrozándolos como pareja.

Begoña, desesperada por recuperar a Andrés, intenta hacerlo reaccionar. Le pregunta cómo ha visto a María al subir a verla. Andrés, agotado, responde que ella le pidió que la ayudara a cambiar de postura, algo comprensible para alguien que pasa todo el día en la misma posición. Pero esa naturalidad con la que responde provoca que Begoña estalle: le lanza una verdad incómoda, le dice que se está convirtiendo en un esclavo. “¿Cuántos días llevas sin dormir? ¿Hace cuánto que no comes bien? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a trabajar a la fábrica?”, lo interroga, con un tono mezcla de tristeza, rabia y resignación.

Él intenta cortar la conversación. Le pide que no empiece otra vez, que no lo agobie. Pero ella no se rinde, porque lo ve al borde del colapso. Le recuerda que trabaja como un autómata junto a la cama de María, y que eso no es justo para nadie, ni siquiera para María. Para Begoña, el sacrificio que Andrés está haciendo no es noble, sino una forma de negarse a vivir su propia vida. “Eso es muy egoísta”, le espeta.

Andrés, tocado en su orgullo, le devuelve la acusación: “Egoísta está siendo ella”, afirma, refiriéndose a María. Le dice que, aun teniendo a Tere y a Manuel para cuidarla, e incluso cuando ambos —él y Begoña— se ofrecieron a contratar a una persona para atenderla 24 horas, María lo sigue reclamando solo a él. Y eso, para él, ya no es una elección, sino una obligación. “La asisto porque no tengo más remedio… Ojalá las cosas fueran distintas”, confiesa con un suspiro que lo dice todo. Y añade una frase demoledora: “Ojalá nunca me hubiera casado con ella”.

A pesar de ese deseo nunca cumplido, Andrés es consciente de que está atrapado. María quedó inválida, sufre física y emocionalmente, y Andrés cree que tiene que pagar el precio. No por amor, sino por responsabilidad. “Su padre murió por mi culpa”, recuerda con amargura. Es esa culpa la que lo retiene, la que lo ata a una vida que ya no desea, pero que no se atreve a abandonar.

Begoña, que lo escucha con lágrimas en los ojos, ya no encuentra espacio para sí en la vida de Andrés. Le dice que está perdiéndose a sí mismo, que se está alejando de todos, también de ella. Y aunque sabe que no tiene derecho a exigirle que la espere o que lo elija, también sabe que seguir junto a él en esas condiciones no tiene sentido. Entonces, le plantea lo inevitable: “Lo mejor es que hagas tu vida sin mí… porque es lo que me toca”.

La frase rompe lo poco que quedaba de su relación. Andrés intenta detenerla, dice: “Eso no es justo”. Pero la respuesta de Begoña lo deja sin argumentos: “La vida no es justa”. Una sentencia que resume todo lo que han vivido y todo lo que se les ha negado.

La escena concluye con un silencio doloroso, entrecortado por la música que acentúa la tristeza y la renuncia. Ambos personajes se miran sabiendo que no hay marcha atrás. No ha sido el desamor el que los ha separado, sino el peso de las decisiones pasadas, la incapacidad de Andrés de elegir un futuro propio, y la presencia constante de una María que, aun sin proponérselo, ha terminado de destruir lo poco que quedaba entre ellos.

Este episodio de Sueños de libertad es uno de los más desgarradores hasta el momento, y representa una bisagra emocional en la historia de Andrés. A partir de ahora, deberá enfrentarse no solo al cuidado de su esposa, sino también a la soledad absoluta que él mismo ha decidido cargar, convencido de que es su responsabilidad. Una responsabilidad que, quizás, no le corresponde solo a él… pero que, por ahora, no está dispuesto a soltar.