En uno de los momentos más intensos y reveladores de La Promesa, Petra, la antigua gobernanta de la casa, regresa para limpiar su nombre tras ser injustamente despedida por doña Catalina. Acusada falsamente de haber causado la excomunión del padre Samuel, Petra vive una auténtica pesadilla. Humillada y sumida en la desesperación, se aferra a la verdad: es inocente. Sin el apoyo de nadie más que el del propio padre Samuel y, en parte, de Rómulo, Petra decide luchar contra la injusticia con todo lo que le queda: su dignidad y la verdad.

Tras una dura conversación con Rómulo, quien aunque no puede ayudarla directamente le aconseja apelar al corazón de doña Catalina, Petra acude a ella en busca de comprensión. Pero la marquesa, fría e implacable, la rechaza y reafirma su decisión de expulsarla, convencida de que Petra fue la responsable del escándalo de las cartas anónimas.

Petra, sin embargo, no se rinde. Impulsada por el dolor y la convicción de que Leocadia fue quien urdió el plan para desacreditarla, se lanza a confrontarla directamente. La acorrala en su habitación, y aunque Leocadia niega todo con arrogancia, Petra tiene pruebas contundentes: papel perfumado con violetas y borradores de las cartas escondidos en su baúl.

El clímax llega durante el gran banquete del palacio. Petra irrumpe en medio de la nobleza reunida, vestida de oscuro y con una determinación que paraliza a todos. Con voz firme, y delante de todos los presentes, expone a Leocadia como la verdadera culpable de la traición. La tensión explota cuando una jarra de vino cae al suelo y se hace el silencio absoluto.

La escena es tan poderosa como simbólica: Petra no solo se reivindica públicamente, sino que deja al descubierto la red de intrigas que ha estado minando la estabilidad de La Promesa. Sale del salón sin esperar una disculpa, pero con la cabeza en alto y la dignidad recuperada. Ha ganado la batalla más importante: la de la verdad.

Esta escena marca un antes y un después en la historia, sacudiendo los cimientos del palacio y dejando claro que aún hay muchas sombras por disipar entre sus muros.

En un giro lleno de tensión y valentía, Petra decide no marcharse en silencio de La Promesa, sino enfrentarse a la persona que ha urdido una oscura conspiración para destruirla. Todo comenzó cuando unas cartas anónimas llegaron al obispado, cargadas de falsas acusaciones en contra del padre Samuel y firmadas, de manera incriminatoria, con el nombre de Petra. Al darse cuenta de que alguien la quería fuera del palacio y que aquello era una trampa cuidadosamente planeada, Petra se propone descubrir la verdad.

A pesar de los reproches y amenazas de María Fernández, que la acusa con rabia por haber estado a punto de arruinar el bautizo de los hijos de doña Catalina, Petra no se deja intimidar. Con la ayuda del padre Samuel, que le ofrece una última muestra de confianza, jura limpiar su nombre no por su puesto, sino por su honor.

Petra, convertida ahora en una investigadora implacable, rememora detalles y conversaciones hasta que una frase venenosa de Leocadia sobre los curas y la servidumbre enciende la chispa de la revelación. Todo encaja: Leocadia, con su ambición soterrada y su desprecio por Catalina, tenía tanto el motivo como la astucia para elaborar semejante trampa. Ella deseaba ocupar el puesto de Petra y desestabilizar a la marquesa en un momento especialmente delicado.

Movida por esta certeza, Petra irrumpe en la habitación de Leocadia y la confronta sin titubeos. Acusa directamente a Leocadia de ser la autora de las cartas y la denuncia anónima. Aunque Leocadia intenta burlarse y negar, por primera vez se le nota nerviosa ante la determinación de Petra, quien le jura que no descansará hasta reunir pruebas para desenmascararla públicamente.

Y lo hace. Esa misma noche, durante una cena íntima en honor a unos amigos de los marqueses, Petra aparece de forma inesperada en el gran comedor. Ya no lleva uniforme de criada, sino un vestido sobrio y elegante, símbolo de su nueva resolución. Ante la mirada atónita de todos los presentes y la rabia de Catalina, Petra dirige su acusación final: señala a Leocadia como la traidora, la artífice de la conspiración.

Con su dignidad intacta y la verdad como bandera, Petra convierte el banquete en un juicio público. Y mientras todos guardan silencio, Leocadia queda inmóvil, expuesta ante el abismo. La batalla por la justicia en La Promesa ha comenzado, y Petra está decidida a ganarla.