En el próximo capítulo de “Sueños de libertad”, la figura de don Pedro comienza a tambalearse. Sus negocios, que hasta ahora parecían sólidos, empiezan a mostrar grietas. No solo eso, sino que su relación con Digna, que parecía firme y sin fisuras, se vuelve cada vez más tensa y llena de dudas. La mañana que parecía prometedora, con un sol que auguraba un nuevo comienzo, en realidad solo acentúa la inquietud que se cierne sobre todos.
En un rincón apartado de la fábrica, en la tranquilidad de su casa, Joaquín marca un número en el teléfono. Su llamada es al convento, ese lugar que él y Gema han elegido como refugio seguro para el futuro de su pequeño Teo, la esperanza que les queda. Sin embargo, la voz que recibe no es la que esperaba. Una monja, con serenidad pero con un claro desconcierto, le revela algo que él temía, aunque no lo quería aceptar: la donación de dinero destinada a asegurar la adopción legal de Teo, la suma que simbolizaba su futuro, nunca llegó a las manos del convento.
El auricular se enfría en la mano de Joaquín, mientras un escalofrío le recorre la espalda. Esa cantidad de dinero, ese sacrificio enorme, esa esperanza que los mantenía firmes, parece haberse esfumado. Una mezcla de incredulidad e indignación lo inunda. ¿Dónde está ese dinero? La sombra de la sospecha apunta directamente a don Agustín, el sacerdote que siempre ha estado demasiado cerca, demasiado presente en sus vidas, y que ha dado consejos no siempre claros ni honestos. Joaquín se pregunta con horror si él pudo haber desviado esos fondos para sus propios fines. La preocupación por el futuro de Teo no termina ahí.
Días atrás, habían recibido otro golpe duro: el colegio que parecía ser la mejor opción para la educación del niño rechazó su solicitud. La puerta se cerró para Teo en ese lugar que prometía un futuro brillante. Y ahora, con la incertidumbre financiera pesando como una sombra sobre la familia, la educación del pequeño se vuelve cada vez más incierta. ¿Cómo ofrecerle un futuro digno cuando los caminos tradicionales parecen cerrados y los recursos desaparecen sin explicación?
No queda alternativa. Con un suspiro que mezcla resignación y amor, Joaquín decide llevar a Teo a la perfumería. No es el lugar ideal para un niño tan pequeño, con sus peligros y su ritmo agitado, pero es lo único posible. Teo, un niño reservado y silencioso, acepta el cambio con una calma que a veces resulta inquietante. Joaquín se pregunta qué pasará por su mente, si será consciente de la fragilidad de su situación y del futuro incierto que le espera. Se promete ser su pilar, su protector.
Mientras tanto, en el dispensario, la doctora Luz Hidalgo vive sus propias batallas internas. Está preocupada por Luis, el perfumista brillante pero atormentado que parece consumirse bajo la presión de su trabajo, especialmente por el nuevo perfume que debe preparar para cumplir con el Contrato Miranda. La obsesión y la tensión lo están agotando física y emocionalmente. Luz, junto con su amiga Begoña, comparte confidencias. Ambas sienten el peso de la preocupación por Luis.
Luz confiesa a Begoña que teme una recaída. Los fantasmas del pasado, esos momentos oscuros de los que Luis ha tratado de escapar, parecen acechar en la sombra de su fatiga y aislamiento. Luis no solo está cansado, también está irritable, cerrado a cualquier consejo o crítica, incluso de aquellos que solo quieren ayudarle. La situación es crítica y peligrosa. Begoña, con empatía y experiencia, ofrece su apoyo y palabras de aliento, recordando la fortaleza de Luis y la red de apoyo que tiene a su alrededor. Sin embargo, la inquietud persiste.
La tensión llega a un punto crítico cuando Luz y Luis tienen un enfrentamiento lleno de palabras hirientes, fruto de la frustración y el agotamiento. Luz se retira dolida, mientras Luis comienza a darse cuenta del daño que está causando con su actitud y aislamiento. Con un momento de lucidez, busca a Luz para pedirle perdón, reconociendo que la presión lo está superando. Ese pequeño paso es crucial para empezar a reconstruir su relación y su estabilidad.
Por otro lado, en la colonia, las luchas por el poder económico y el control familiar siguen siendo el centro de los conflictos. Andrés de la Reina, siempre protector y firme defensor de su familia, se enfrenta directamente a don Pedro. La oferta que Pedro hizo a María para comprar las acciones de Julia, la niña heredera, ha sido recibida como un golpe bajo por Andrés. La traición que implica esa oferta encierra un movimiento calculado para ganar poder dentro de la familia y la empresa. La confrontación entre Andrés y Pedro es tensa, cargada de furia y reproches. Pedro defiende su propuesta con soberbia, argumentando que pronto será parte de la familia y que sus intereses serán los de Julia.
Pero Andrés no está dispuesto a ceder. Ve en la propuesta de Pedro no solo un intento de hacerse con el control económico, sino un ataque directo a la memoria de su hermano y la seguridad de su sobrina. Considera la oferta de Pedro como una de las maniobras más bajas que ha presenciado. Decide plantar cara con una determinación férrea: no permitirá que Pedro se quede con lo que legítimamente pertenece a Julia. Sin embargo, la audacia de Pedro sacude profundamente a los De la Reina. La desesperación comienza a calar hondo y consideran una opción extrema: ceder las acciones a Brossard, la competencia, para evitar que Pedro tenga acceso a ellas.
Este “pacto con el diablo” evidencia lo grave de la situación, pero el patriarca Damián tiene una idea diferente, una vía que quiere explorar antes de recurrir a medidas tan drásticas. Su esperanza está puesta en Digna, la futura esposa de Pedro, quien pronto se unirá a la familia. Damián busca hablar con ella para hacerla ver el peligro real que representa la oferta de Pedro y el posible control que él podría ejercer sobre Julia y la empresa. Pero el encuentro no es sencillo. Digna, herida por el pasado y las distancias que han crecido, se muestra beligerante y recelosa.
Damián deja de lado su orgullo para explicarle la gravedad de la situación. Le habla desde el corazón, recordándole el legado de Valentín, la independencia de Julia, y el riesgo de que un hombre con ambiciones no claras como Pedro tenga tanto poder. A pesar del escepticismo inicial de Digna, las palabras de Damián calan en ella. Apela a su instinto protector hacia Julia, a la importancia de mantener el control en la familia directa, no en manos de alguien que, aunque pronto será su abuelo político, no comparte la sangre.
La semilla de la duda germina en la mente de Digna. Tras la tensa conversación, no puede dejar de pensar en lo que le dijo Damián y en la amenaza que supone el poder que Pedro busca. Su afecto por Pedro se mezcla con la inquietud, generando una grieta en la confianza que hasta ahora parecía inquebrantable. Decidida a aclarar las cosas, busca a Pedro para pedirle que retire la oferta, expresando sus dudas y la necesidad de entender sus verdaderos motivos.
La conversación con Pedro se torna en un conflicto abierto. Pedro se muestra sorprendido e irritado ante las dudas de Digna y la influencia de Damián. Insiste en que su intención es proteger a Julia y que pronto serán familia, pero su insistencia y falta de empatía solo refuerzan las sospechas de Digna. Ella se siente acorralada, incomprendida y manipulada, y la discusión sube de tono hasta un punto de ruptura. Con rabia y decepción, Digna se marcha, dejando a Pedro solo con su frustración y la sombra de la duda sobre su futuro juntos.
Mientras tanto, lejos de las intrigas y conflictos financieros, otras historias se desarrollan en la colonia. Claudia, la joven dependienta de buen corazón, observa a Raúl, el chófer, que parece haber encontrado finalmente una chispa de felicidad. Su amigo Gaspar nota los cambios en el ánimo de Raúl, que oscila entre la melancolía y una alegría nueva. Finalmente, Raúl se sincera con ambos: ha iniciado una relación con la mujer que ama. La noticia trae alivio para Gaspar, pero despierta en Claudia sentimientos de celos y tristeza profunda, pues ella misma albergaba un amor secreto por Raúl.
En medio de su dolor, Claudia busca refugio en su tía Manuela, quien con sabiduría y comprensión la anima a no cerrarse al amor ni a la vida. Le recuerda que a veces el camino del amor no es el que uno espera, pero que siempre hay nuevas oportunidades para ser feliz. Estas palabras traen un pequeño respiro y esperanza a Claudia, que aún con el corazón roto, puede comenzar a mirar hacia adelante.
Así, en este capítulo, mientras don Pedro comienza a perder terreno en el juego del poder y la confianza, la colonia se llena de emociones encontradas, conflictos y pequeñas luces de esperanza. La lucha por el control, el amor y la familia está lejos de terminar, y cada personaje deberá enfrentar sus propios retos para alcanzar la libertad