Dicen que cada hombre es prisionero de su propio pasado… y en el caso de Lorenzo de la Mata, ese pasado es un pozo sin fondo, cubierto de cicatrices y manchas imposibles de limpiar. El temido “capitán Garrapata” no se convirtió en un villano de la noche a la mañana; su oscuridad fue gestándose lentamente, alimentada por una infancia marcada por la pobreza, la humillación y una familia rota.
Infancia entre ruinas y desprecio
Lorenzo nació en 1869, en un pequeño pueblo costero del norte de España. Su padre, don Raimundo de la Mata, había sido un comerciante marítimo, pero perdió su fortuna tras un desastre comercial: un cargamento entero de tabaco cubano se hundió en el mar, arruinándolo. Su madre, doña Elvira Moncada, provenía de una familia que aspiraba a la nobleza… pero sin un solo real en el bolsillo.
El hogar de Lorenzo era un hervidero de tensiones. Su padre, derrotado por la vida, se refugiaba en el alcohol, mientras su madre le repetía, casi como una sentencia, que “el respeto se gana con un uniforme”. Aquella frase se le quedó grabada para siempre. Y así, entre deudas, discusiones y carencias, el niño aprendió que la dignidad no se heredaba: se arrebataba.
Juventud violenta y sed de poder
A los 14 años, Lorenzo ya era una figura temida en su pueblo. No buscaba amistades, sino seguidores, y se ganó una reputación liderando palizas callejeras con las que incluso obtenía beneficios. El respeto, para él, se conseguía a golpes.
A los 16, mintió sobre su edad para entrar en una academia militar provincial. Allí encontró lo que creía ser su camino: disciplina, estrategia… y la lección más importante de todas, que las reglas existían para ser dobladas o rotas si uno tenía la astucia suficiente, o el dinero para comprar voluntades.
Cuba: la primera gran mancha
Su primer destino importante fue Cuba, en 1897, en plena guerra de independencia. Allí, además de escalar posiciones en el ejército, se ganó enemigos peligrosos. Se le acusó de vender información al enemigo a cambio de oro y de comerciar con provisiones destinadas a las tropas.
El expediente que recogía estas acusaciones desapareció misteriosamente. Muchos afirman que fue gracias a un general amigo de su padre. Lo cierto es que Lorenzo salió ileso… y con una lección más grabada en su mente: el verdadero poder no está en las medallas, sino en los secretos que uno guarda.
El matrimonio como negocio
De regreso a España, ya con fama de hombre “resuelto” y contactos peligrosos, Lorenzo conoció a Eugenia Izquierdo, hermana de Cruz Luján. Su padre, don Juan Izquierdo, compartía con Lorenzo un pasado turbio en Cuba, relacionado con negocios de esclavitud. El matrimonio fue una transacción fría: Lorenzo ganaba posición social, y don Juan creía ofrecer a su hija una protección que nunca llegó.
Eugenia fue víctima de desprecios, frialdad e incluso maltratos. Su hijo adoptivo, Curro, creció observando aquella violencia, acumulando un resentimiento profundo hacia Lorenzo.
El drama alcanzó un punto irreversible cuando, tras una temporada en una casa de reposo, Eugenia terminó su vida saltando desde el torreón del palacio. Una herida que Curro jamás pudo cerrar.
Padre adoptivo cruel
Como padre adoptivo, Lorenzo nunca mostró afecto por Curro. Para él, el muchacho era una carga, no un hijo. Lo sometió a castigos físicos y humillaciones que marcaron para siempre su carácter. Curro presenció palizas a su madre y sufrió en carne propia la brutalidad de Lorenzo.
Entre los episodios más oscuros está aquel en el que Lorenzo arrojó a Eugenia por las escaleras, dejándola supuestamente inválida. Aunque después se supo que la lesión no fue tan grave como parecía, el gesto revelaba la verdadera naturaleza del capitán.
Negocios turbios bajo el uniforme
Mientras aparentaba respetabilidad, Lorenzo construía una red de actividades ilícitas: tráfico de armas, sobornos y chantajes eran parte de su manual de supervivencia. Su uniforme militar le abría puertas a círculos peligrosos, y él lo utilizaba para negociar desde las sombras.
Sin embargo, vivía con la certeza de que un paso en falso podía llevarlo a un tribunal militar. El juego de la doble vida se convirtió en su especialidad, pero también en su condena.
El presente lo alcanza
Ahora, en el presente de La Promesa, el pasado de Lorenzo está más cerca que nunca de atraparlo. El coronel Fuentes ha comenzado a husmear en sus asuntos, y dentro del palacio, las paredes parecen cerrarse a su alrededor.
La familia Luján, testigo de sus excesos, observa en silencio, esperando quizás el momento exacto para verlo caer. La altivez de Lorenzo empieza a resquebrajarse, y por primera vez parece consciente de que la red que ha tejido durante años puede convertirse en la trampa que lo destruya.
Un destino inevitable
La historia que nunca vimos en pantalla —sus orígenes, sus crímenes, sus traiciones— encaja perfectamente con el retrato que conocemos del capitán Garrapata. Si cae, será por sus propias manos, por una vida labrada a base de engaños y violencia.
Quizás lo veamos salir del palacio esposado, rumbo a un destino que él mismo escribió. Y si algún día regresa, lo hará con nuevas cuentas pendientes, porque para Lorenzo de la Mata, la venganza es un contrato sin fecha de caducidad.