En La Promesa, las apariencias engañan y los pasillos del palacio esconden más secretos que la caja fuerte de un espía. El capítulo más reciente no ha sido la excepción: una mezcla intensa de revelaciones, sospechas criminales, traiciones emocionales y enfrentamientos familiares nos deja claro que nadie en este palacio es inocente… y mucho menos libre de culpa.
La trama gira en torno a una conversación que podría cambiar el rumbo de todos: Curro confiesa a Ángela sus sospechas firmes de que Lorenzo fue el asesino de su hermana Hanna. Aunque a ojos de muchos esto podría parecer una suposición atrevida, Curro está convencido de que no fue un crimen cualquiera, sino un acto frío y calculado con un trasfondo emocional perturbador.
¿El motivo? Curro lo tiene claro: Lorenzo lo odia profundamente, y matar a su hermana sería la manera más retorcida de hacerle daño. Pero esta teoría, aunque intensa, plantea una gran pregunta: ¿realmente alguien puede odiar tanto a otro como para cometer un crimen tan complejo solo por venganza personal? Ángela, al escucharlo, queda entre sorprendida y escéptica.
Curro intenta justificarlo: habla de la cantidad de molestias que se tomó Lorenzo después del crimen. No solo está el asesinato, sino todo el entramado posterior: el silencio de los testigos, la manipulación de pruebas, el manejo del doctor Gamarra, el picnic envenenado con Leocadia, Jacobo, la propia Ángela… y los detalles de la joyería. Una cadena de acciones tan precisa que solo podría haber sido orquestada por una mente criminal brillante, y muy motivada.
Sin embargo, hay otro móvil que resuena con más fuerza: la guerra fría entre Lorenzo y Cruz. La tensión entre ambos no es nueva. Se odian desde hace años y, en ocasiones, se ven forzados a colaborar por necesidad, pero sin dejar de considerarse enemigos. Curro plantea que Lorenzo pudo haber matado a Hanna para destruir a Cruz: involucrarla, salpicarla de sangre y hundirla ante todos. Una jugada maestra para eliminar a una rival peligrosa sin ensuciarse demasiado las manos.
Ángela, por su parte, se muestra afectada. Más que por la teoría del crimen, lo que la hiere es que Curro no le haya contado antes semejante secreto. Pero este no es un simple desliz de confianza, sino un intento de protegerla de una verdad oscura y peligrosa, de esas que no se pueden compartir sin consecuencias.
Mientras tanto, la tensión no solo vive en los crímenes del pasado, sino también en las relaciones actuales. Martina y Catalina protagonizan una discusión demoledora. Las palabras cruzadas entre primas no tienen filtro: insultos personales, reproches emocionales y, lo más grave, Martina acusa a Catalina de ser una mala madre. Una línea que, para muchos espectadores, representa un punto sin retorno. Puede que en el futuro las primas se reconcilien, como suele pasar en el mundo de la ficción, pero para quienes seguimos la serie con atención, el daño ya está hecho.
Y en este contexto, la figura de Curro brilla por su madurez emocional al haber dejado atrás su relación con Martina. A la vista está que evitó una tormenta mayor al comenzar algo más sincero con Ángela. Porque Martina, con su actitud desmedida, ha cruzado los límites de lo imperdonable.
No obstante, no todas las crisis de pareja estallan en este episodio. Una tensión más sutil se respira entre Leocadia y el marqués. Por primera vez, Alonso cuestiona suavemente las decisiones de su pareja. Le pregunta, con genuina curiosidad, por qué insiste tanto en enviar a Ángela lejos del palacio, sabiendo que la joven quiere quedarse. Él incluso compara con su propia experiencia de tener a su hija Leonor lejos, en América, y lo doloroso que le resulta esa distancia. Pero Leocadia reacciona con frialdad e irritación, excusándose en los estudios de Ángela y en una supuesta necesidad de espacio. Sin embargo, todos sabemos que Leocadia no quiere a su hija cerca, quizás porque representa una amenaza para sus planes.
Todo esto ocurre bajo la mirada simbólica del retrato de Doña Carmen, la marquesa cuya muerte todavía genera susurros en los pasillos. Muchos sospechan que Leocadia pudo haber estado detrás de su muerte, como también de la de Dolores, Cruz (aunque aún viva), y Hanna. ¿Estamos ante una asesina en serie silenciosa, cuya verdadera motivación aún no conocemos?
Y para rematar, se confirma lo que muchos intuían: la propuesta de matrimonio de Lorenzo a Ángela no iba a ningún lado. Leocadia la ha descartado de plano, calificándola de locura, tontería e imbecilidad. Y como buena estratega, ha solucionado de un plumazo lo que Lorenzo llevaba semanas enredando. Una visita a casa de don Facundo y un par de frases firmes bastaron para desactivar el asunto del marqués de Andújar.
Todo este conjunto de eventos nos deja claro algo: el verdadero motor de La Promesa no son solo los secretos, sino las mentes que los tejen. Aquí nadie actúa por impulso. Cada movimiento es calculado, cada palabra tiene una doble intención, y cada sonrisa puede ocultar una daga.
El palacio es, literalmente, un tablero de ajedrez donde cada personaje es una pieza con historia, motivación y estrategias personales. Desde Lorenzo con su mente fría y maquiavélica, hasta Leocadia, la gran marionetista de todo lo que ocurre en las sombras. Nadie está a salvo. Y los que parecen más débiles, como Ángela o Curro, son quizá los que más fuerza guardan en su interior para derribar el sistema desde dentro.
Por eso, no exageramos al titular este análisis como “El Palacio de las Mentes Criminales”. Porque en La Promesa, los verdaderos crímenes no se cometen solo con armas o venenos. Se perpetran con manipulaciones, secretos guardados, decisiones frías y palabras que hieren más que un puñal.