El próximo capítulo de La Promesa promete ser uno de los más intensos y reveladores de toda la serie. Todo comenzará con las secuelas de la fiesta organizada días atrás, un evento que, lejos de haber quedado en la memoria como una noche de celebración, ha marcado un antes y un después para Ángela. Desde entonces, la joven ha cambiado radicalmente su comportamiento: ya no conversa, no se ríe ni pasea por los jardines como solía hacerlo. Algo dentro de ella se ha quebrado, y su aislamiento comienza a despertar sospechas entre los habitantes del palacio.

La primera en notarlo será Pía, quien comenta con María Fernández que Ángela lleva días sin bajar a desayunar. Curro intenta hablar con ella una mañana, pero lo único que recibe es un “estoy cansada” y una puerta cerrada con delicadeza, pero con determinación. Incluso Lope comienza a preocuparse. Sin embargo, es Leocadia quien, aunque en un principio finge no ver nada, no tarda en enfrentar la evidencia: su hija no solo se aísla, sino que sus ojos están siempre vidriosos, su rostro pálido y sus gestos indican un miedo constante.

Una tarde, al ver que Ángela lleva más de cuatro horas encerrada en su habitación sin hacer el menor ruido, Leocadia golpea con fuerza la puerta. Cuando Ángela abre, se encuentra con el rostro desencajado de su madre. Leocadia no está dispuesta a seguir fingiendo: exige saber qué le pasa. Ángela, temblorosa, intenta evitar el tema, sugiriendo que es solo una recaída de salud. Pero su madre no se deja engañar. “Tienes miedo”, le grita. “Estás ocultando algo, y exijo que me lo digas ahora mismo”.

Ángela calla. Recoge un pañuelo, balbucea que necesita aire y abandona la habitación. Leocadia se queda inmóvil por un instante, pero pronto se levanta decidida: va a descubrir qué ocurrió, aunque tenga que interrogar a todos los criados del palacio.

La tensión crece aún más cuando Leocadia se cruza con Curro. Con frialdad lo enfrenta directamente: “Quiero saber qué hiciste con mi hija”. Curro, confundido y herido por la acusación, niega con firmeza haber hecho algo malo. Leocadia lo acusa de tener la sangre de su madre, de ser una plaga en el palacio. Curro, intentando mantener la calma, se defiende, pero advierte: “Si ha sido Lorenzo quien le hizo algo a Ángela, no me voy a quedar de brazos cruzados”.

Mientras tanto, Ángela, angustiada, se dirige sola al jardín interior del palacio buscando respirar. Pero allí, en ese supuesto refugio, se topa con Lorenzo, quien aparece con su cinismo habitual. Se acerca sin pudor y lanza insinuaciones repugnantes sobre lo ocurrido la noche de la fiesta. Ángela le exige que se aleje, lo amenaza con contar la verdad, pero Lorenzo la intimida: “Si hablas, nadie volverá a respetarte en este palacio”.

Pero justo cuando la tensión alcanza su punto máximo, Leocadia aparece, y al ver a Lorenzo junto a su hija, no tarda en intervenir. Con frialdad le pregunta a Ángela: “¿Él te hizo algo?”. La joven no puede responder. Baja la mirada, rota por dentro. Lorenzo intenta justificarse, asegurando que solo hablaban, que Ángela está confundida. Pero Leocadia no se deja engañar. Su voz se torna afilada: “Si descubro que le pusiste una mano encima a mi hija, te saco de este palacio yo misma”.

Lorenzo, desafiante, le responde que si ella se vuelve contra él, lo perderá todo. “Prefiero perderlo todo antes que ver a mi hija destruida por un canalla como tú”, le responde Leocadia con una frialdad aterradora.

La conversación se interrumpe cuando Curro, que ha presenciado la escena desde la distancia, se acerca a Ángela. Ella, en un susurro ahogado, finalmente confiesa la verdad: fue Lorenzo. Se aprovechó de su confusión después de la fiesta, intentó tocarla sin su consentimiento. Ella gritó, lo empujó y huyó, pero desde entonces se ha sentido sucia, culpable y rota.

Curro, dominado por la furia, se lanza directamente contra Lorenzo en el salón principal. El joven lo golpea sin piedad, gritando: “¡Canalla! ¿Crees que puedes tocar a quien quieras?”. Los criados acuden alarmados. Alonso baja las escaleras furioso, exigiendo que Curro se marche del palacio por su comportamiento violento. Pero entonces, Leocadia irrumpe con determinación: “¡Él no se va!”.

Todos se quedan en silencio. Leocadia, con la mirada fija en Curro, exige saber qué pasó. Él no duda: “Lorenzo intentó aprovecharse de tu hija. La acorraló. Ella se resistió, pero quedó destrozada”. El salón entero queda paralizado. Leocadia, entre lágrimas y rabia, se gira hacia Lorenzo, que intenta retirarse discretamente. Lo abofetea con tal fuerza que cae al suelo. “¿Te atreviste a tocar a mi hija, desgraciado?”, le grita. “¡Si vuelves a acercarte a ella, juro que te entierro con ese uniforme!”

Alonso intenta calmarla, pero Leocadia no se detiene: “Siempre lo has protegido por conveniencia, pero hoy no. Hoy va a pagar por todo”. Lorenzo, magullado y en el suelo, amenaza con represalias, pero Leocadia lo mira con fuego en los ojos: “El único que va a arrepentirse aquí eres tú”.

La escena final no podría ser más simbólica. En el silencio tenso del patio trasero, Curro observa a Ángela, aún apoyada en la fuente, rota en llanto. A pesar del dolor, la verdad ha salido a la luz. Y con ella, comienza una nueva etapa en La Promesa, donde las máscaras caerán una a una y el palacio dejará de ser un refugio para convertirse en campo de batalla.