En los próximos episodios de La Promesa, la tragedia que sacudió a la familia Luján tras la caída de Eugenia desde el acantilado empieza a desenmascararse. Curro, destrozado por no haber podido despedirse de ella, hará una promesa firme frente a su retrato: no descansará hasta descubrir la verdad y hacer justicia por su tía. Este juramento lo llevará a iniciar una investigación por su cuenta, sin importar los riesgos.

Desde el primer momento, Curro sospecha que algo no cuadra. La explicación oficial de que Eugenia sufrió una crisis emocional y se lanzó al vacío le parece absurda. Él la conocía bien, sabía que era una mujer fuerte, con carácter y que había aprendido a resistir incluso cuando todos la trataban como una inválida. Algo dentro de él se rompe para siempre y con lágrimas en los ojos, pero con una expresión decidida, se plantea su nueva misión: descubrir quién la empujó a ese desenlace.

Pía lo encuentra frente al retrato de Eugenia y trata de convencerlo de descansar, pero Curro está firme. “¿Cómo cerrar los ojos sabiendo que la mujer que más me amó perdió la vida de esa forma?”, dice con la voz quebrada. Él está convencido de que Eugenia no se quitó la vida por voluntad propia. Insiste en que fue empujada emocional y mentalmente a ese límite, y comienza a atar cabos. Leocadia, Lorenzo y Lisandro emergen como los principales sospechosos. Según Curro, los tres tenían motivos para querer silenciar a Eugenia: Leocadia la controlaba disfrazando su vigilancia de cuidado; Lorenzo despreciaba su influencia en la casa; y Lisandro, el duque, la veía como una amenaza que podía revelar secretos comprometidos de la familia.

Aunque impactada por la gravedad de las acusaciones, Pía no lo desacredita. Le aconseja actuar con cautela y no levantar sospechas hasta tener pruebas concretas. Curro acepta su consejo: se moverá en las sombras, observará y reunirá pruebas. Pía promete ayudarlo. A partir de esa noche, ambos se vuelven cómplices en una cruzada silenciosa por la verdad. Durante el día fingen normalidad, pero por las noches exploran los rincones más ocultos del palacio.

Su primera incursión clandestina es al cuarto de Leocadia, aprovechando que ella ha salido a la ciudad. Pía utiliza una antigua llave que le dio Rómulo para entrar. El cuarto es tan impecable que parece un decorado, y eso levanta más sospechas. Mientras Curro revisa cajones con sumo cuidado, Pía encuentra un compartimento secreto en el armario. Allí, descubre un paquete envuelto en tela oscura: frascos vacíos y un cuaderno antiguo. Al revisarlo, se les hiela la sangre. El cuaderno es de Eugenia. Cada página contiene anotaciones detalladas de sus últimos días: el té que le servían, sus episodios de somnolencia, confusión… hasta llegar a una frase escrita casi sin fuerza: “Me observan. Siempre el mismo té. Ya no soy yo misma.”

Aquello confirma sus sospechas: alguien estaba envenenando lentamente a Eugenia. Ella lo sabía y trató de dejar una pista antes de perder por completo el control de su mente. Curro aprieta el cuaderno contra su pecho, con el rostro desencajado por el dolor y la rabia. Pía, aún con lágrimas en los ojos, dice que ahora deben hacer lo mismo con los aposentos de Lorenzo y Lisandro.

Durante los días siguientes, Curro y Pía continúan su investigación silenciosa. En apariencia todo sigue igual: sirven la cena, limpian habitaciones, saludan a los nobles. Pero por dentro, cada gesto es parte de su plan. Buscan pruebas en papeles quemados, objetos desaparecidos y detalles que a simple vista pasarían desapercibidos. Su conexión se vuelve aún más fuerte. Pía aporta el análisis frío y estratégico; Curro, la determinación emocional.

Una mañana, cuando la familia noble está fuera en una reunión, Pía aprovecha para entrar en el cuarto que ahora ocupa parcialmente Lorenzo. Allí, escondido entre las sombras del armario más alejado, escucha un sonido sutil. Algo se mueve tras un panel. Con cuidado lo desmonta y encuentra una caja escondida. Dentro hay documentos, frascos con residuos similares a los que encontró en el cuarto de Leocadia, y varias notas con instrucciones farmacológicas. Es la prueba que necesitaban.

Pía corre a buscar a Curro y juntos analizan todo. Ya no hay dudas: Eugenia fue víctima de un plan siniestro para envenenarla poco a poco, desacreditar su cordura y eliminarla sin levantar sospechas. Curro no espera más. Llama inmediatamente al sargento Burdina.

Cuando Burdina llega, Curro le entrega el cuaderno, los frascos, los papeles encontrados. El sargento, un hombre recto pero meticuloso, revisa todo con atención. Tras unos minutos de silencio tenso, asiente y pronuncia la frase que Curro tanto esperaba: “Esto es suficiente. Vamos a detenerlos.”

La noticia cae como un rayo sobre el palacio. Leocadia y Lorenzo son arrestados, y Lisandro huye, pero Burdina ya ha emitido una orden de búsqueda. Lo que parecía una tragedia personal se transforma en un escándalo de proporciones gigantescas.

El giro que toma la historia en este momento es tan inesperado como satisfactorio para los espectadores. La muerte de Eugenia ya no es un misterio ni una pena sin respuesta: es una injusticia reparada gracias a la tenacidad de su sobrino y la ayuda fiel de Pía.

En los próximos capítulos, los habitantes de La Promesa enfrentarán las consecuencias de esta revelación. La caída de los villanos marca un antes y un después. Curro, aunque herido por la pérdida, encuentra algo de paz en haber cumplido su promesa. Y Pía, más fuerte que nunca, se convierte en una aliada indispensable en la nueva etapa que se abre en el palacio, donde por fin la verdad ha comenzado a salir a la luz.

La Promesa demuestra así que incluso en los pasillos más oscuros, la justicia puede abrirse paso si hay alguien dispuesto a buscarla sin rendirse. El detalle impactante hallado en el cuarto de Eugenia fue la chispa que necesitaban. Y el sargento Burdina, implacable y justo, fue el brazo de la ley que se alzó para castigar a los culpables. La batalla no ha terminado, pero Eugenia ya no está sola.