En el episodio del lunes 4 de agosto de La Promesa, un nuevo elemento irrumpe con fuerza en la vida de los personajes, desatando una cadena de emociones, recuerdos y temores que sacuden los cimientos del palacio. La aparición de un inquietante retrato de Cruz, enviado misteriosamente a la finca, marca el inicio de una semana cargada de tensión psicológica y giros inesperados.
Todo comienza cuando el retrato es desembalado y colocado en un lugar central de la residencia. Su llegada no solo toma por sorpresa a los habitantes de La Promesa, sino que rápidamente se convierte en el foco de todas las miradas. Lo que a simple vista parece ser solo una pintura, comienza a proyectar una presencia tan densa y perturbadora que nadie logra ignorarla. La atmósfera del palacio se vuelve pesada, casi como si la propia Cruz estuviera observando a todos desde el otro lado del lienzo.
Quien más se ve afectado por esta presencia es Manuel. El joven heredero, que aún no logra sobreponerse a la trágica pérdida de Jana, experimenta un profundo impacto emocional al ver el rostro de su madre tan vívidamente plasmado en el retrato. Para él, no es solo una imagen: es un reflejo de su dolor, de una herida aún abierta, de una ausencia que lo consume desde dentro. Atrapado en su duelo, Manuel empieza a tener la sensación inquietante de que su madre ha regresado, aunque sea solo en espíritu, trayendo consigo fantasmas del pasado.
Preocupado por la reacción que esta obra podría provocar, el marqués Alonso toma una decisión drástica: nadie puede tocar el cuadro. Ordena que se le respete y que no sea retirado bajo ninguna circunstancia. Su mandato, firme e inapelable, solo contribuye a alimentar el misticismo y el temor que rodean la pintura. A partir de ese momento, el retrato de Cruz se convierte en una especie de tótem silencioso que parece controlar el ánimo de los que lo rodean.
Eleonora, testigo del deterioro emocional de Manuel, no puede ocultar su preocupación. Consciente de lo frágil que se encuentra el joven, teme que este nuevo golpe termine por quebrarlo por completo. Sus temores no tardan en materializarse: cada vez que Manuel se detiene frente al cuadro, revive con angustia el recuerdo de Jana, como si cada pincelada del retrato estuviera cargada de culpa, dolor y tristeza.
Mientras tanto, el resto del palacio también empieza a sentir la presión. Cristóbal, con la intención de restaurar el orden, impone una nueva norma que no hace sino aumentar la tensión: a partir de ahora, los turnos de comida serán escalonados, acabando con los breves momentos de fraternidad que compartía el personal en la cocina. Esta decisión genera descontento generalizado. Lo que para Cristóbal es un intento de imponer disciplina, para los trabajadores es una muestra más del clima opresivo que se cierne sobre La Promesa.
En paralelo, la relación entre Martina y Catalina se deteriora aún más. Sus desacuerdos, antes esporádicos, se vuelven frecuentes y acalorados. Las diferencias entre ambas se intensifican, quizá alimentadas por la energía sombría que parece emanar del retrato. Aunque ninguna lo admita abiertamente, ambas sienten una incomodidad profunda ante la presencia del cuadro. Hay algo en esa imagen que despierta sospechas, temores y, sobre todo, una sensación de inminente peligro.
Y entonces, sucede lo inesperado.
En una escena tan impactante como inquietante, Martina cae al suelo repentinamente frente al retrato. Todo sucede en cuestión de segundos: sus ojos se fijan intensamente en el lienzo, su expresión cambia, y luego, el colapso. Al recobrar el conocimiento, aún visiblemente afectada, Martina murmura algo que deja a todos helados: afirma haber visto al retrato moverse. Para algunos, sus palabras no son más que el producto de un desmayo o una alucinación provocada por el miedo. Para otros, es una señal clara de que hay algo oscuro escondido tras los muros de la finca.
La posibilidad de una fuerza sobrenatural comienza a rondar entre los personajes. Los susurros de temor se esparcen como el viento. ¿Es posible que el retrato esté maldito? ¿Podría Cruz haber dejado más que una imagen en ese lienzo? ¿Y si su espíritu, de alguna manera, sigue presente en la finca? Las preguntas se acumulan, y las respuestas parecen esconderse en cada rincón de La Promesa.
En medio de este caos emocional y simbólico, las dinámicas entre los personajes cambian radicalmente. El personal, antes acostumbrado a la rutina y al compañerismo, ahora se encuentra dividido, silencioso y tenso. La nobleza, por su parte, no logra ocultar el nerviosismo que el retrato despierta. Lo que parecía una simple pieza decorativa, se convierte en el epicentro de una tormenta emocional.
Este episodio representa un punto de inflexión en la historia. La llegada del retrato no solo revuelve el pasado, sino que también altera el presente y siembra dudas sobre el futuro. Cada personaje se ve obligado a enfrentarse a sus propios demonios, y lo que está por venir parece más incierto que nunca.
La Promesa, con esta nueva entrega, se adentra en territorios más oscuros, donde el simbolismo y lo sobrenatural empiezan a mezclarse con los conflictos personales y familiares. La tensión es palpable, los secretos están a flor de piel, y el simple hecho de mirar un cuadro puede cambiarlo todo.
Si creías haberlo visto todo en esta serie, el episodio del lunes 4 de agosto demuestra que La Promesa todavía guarda muchas cartas bajo la manga… y algunas, quizá, demasiado peligrosas para ser reveladas.