En los próximos episodios de La Promesa, la tensión dentro del palacio alcanzará uno de sus momentos más intensos cuando Pía y Ricardo se conviertan en el centro de un enfrentamiento abierto contra Cristóbal, el implacable mayordomo que cree tener bajo su control la vida de todos los sirvientes. Lo que comienza como un intento de expulsión acabará en una revelación inesperada que pondrá de rodillas al propio Cristóbal, mostrando a todos que su autoridad no es tan absoluta como aparentaba.

El conflicto arranca cuando Cristóbal, cansado de la cercanía entre Pía y Ricardo, decide cortar por lo sano y ordenar que ambos abandonen La Promesa. Con frialdad y tono autoritario, les da apenas un día para recoger sus cosas y marcharse, alegando que su relación sentimental deshonra a la casa y mancha las estrictas normas que él mismo ha impuesto. Sus palabras caen como un rayo: Pía, sorprendida y herida, no puede creer que tantos años de servicio leal se reduzcan de golpe a una condena injusta, mientras que Ricardo intenta mantener la calma, aunque su mirada refleja una rabia contenida.

La dureza de Cristóbal no se suaviza ni con súplicas. Pía, entre lágrimas, le recuerda todo lo que ha hecho por la familia, los sacrificios y las largas jornadas que dedicó al bienestar del palacio. Sin embargo, Cristóbal permanece implacable: para él no hay redención posible, y solo importa mantener el orden según sus propias reglas. Incluso cuando Ricardo lo enfrenta directamente, acusándolo de abusar de su poder y de actuar con hipocresía, Cristóbal responde con una risa seca, reafirmando que su decisión es inamovible.

Mientras tanto, los pasillos de La Promesa hierven de rumores. Los demás criados se indignan, comentando que expulsar a Pía es un acto injustificable, pues ella siempre se preocupó por todos y nunca dejó de protegerlos. María Fernández, visiblemente nerviosa, advierte que si Cristóbal es capaz de echar sin miramientos a dos personas tan valiosas, nadie estará a salvo. El miedo comienza a extenderse entre los sirvientes, mientras Catalina, al enterarse, se muestra profundamente alterada y llega a discutir con su padre Alonso, quien —aunque incómodo— prefiere no interferir directamente y mantiene cierta confianza en el mayordomo.

La tensión personal entre Pía y Ricardo se vuelve cada vez más dura. Ricardo, resignado, intenta convencer a Pía de que lo mejor es aceptar la expulsión y comenzar de nuevo en otro lugar, lejos del dominio de Cristóbal. Pero Pía, entre sollozos, encuentra dentro de sí una nueva fuerza. Recuerda a Jana y la injusticia que rodeó su muerte, convencida de que Cristóbal esconde secretos mucho más oscuros que un simple romance prohibido. Se niega a abandonar La Promesa sin antes luchar por la verdad.

Es entonces cuando un recuerdo cobra sentido: una carta que vio en manos de Cristóbal, guardada con excesivo cuidado en el cajón más profundo de su escritorio. Ese detalle, que en su momento le pareció insignificante, ahora se convierte en una pista fundamental. Pía está convencida de que esas cartas contienen pruebas comprometedores que podrían desenmascarar al mayordomo. Ricardo, aunque aterrado por el peligro, admite que quizás sea su única oportunidad para revertir la situación.

De madrugada, mientras el palacio duerme, Pía decide actuar. Con pasos sigilosos y el corazón acelerado, se dirige al despacho de Cristóbal. Ricardo permanece en el pasillo, atento a cualquier ruido que pudiera alertar al enemigo. Dentro del despacho, el ambiente está cargado de tensión: olor a madera y tinta, penumbras que parecen observarla. Con manos temblorosas, logra forzar el cajón y encuentra las cartas atadas con una cinta roja. Al leer las primeras líneas, comprende la magnitud del hallazgo: declaraciones de amor entre Cristóbal y Leocadia, junto con insinuaciones de conspiraciones y pactos ocultos que, de salir a la luz, acabarían con la reputación de ambos.

Lo que Pía ignora es que Leocadia, inquieta en sus aposentos, también había recordado esas cartas y salió apresurada para asegurarse de que nadie las descubriera. Al llegar, se esconde tras un tapiz y presencia en silencio cómo Pía se lleva la prueba. Su rostro palidece de horror: sabe que, en ese instante, todo su mundo corre el riesgo de desmoronarse.

Al día siguiente, Cristóbal vuelve a reunir a Pía y Ricardo frente a todos. Seguro de sí mismo, repite la orden de expulsión, convencido de que nada puede detenerlo. Pero esta vez, Pía no retrocede. Con voz firme y una valentía que sorprende a todos, declara que no se irán porque poseen pruebas que podrían cambiarlo todo. Revela la existencia de las cartas y acusa a Cristóbal de mantener un romance secreto con Leocadia, además de ser cómplices en oscuros manejos que mancharon la honra de La Promesa.

El silencio es absoluto. Cristóbal, por primera vez, pierde la compostura. Niega entre balbuceos, tratando de mantener su fachada de autoridad, pero el miedo se dibuja en sus gestos. Ricardo lo respalda, asegurando que si insiste en expulsarlos, las cartas serán mostradas a todos. Ante tal amenaza, Cristóbal titubea, intentando convencerlos de que no se atreverán, pero Pía lo mira sin pestañear y le deja claro que sí está dispuesta a hacerlo.

En ese momento irrumpe Alonso, atraído por los murmullos. Al exigir explicaciones, Pía saca las cartas de su delantal y las entrega al marqués. Alonso, al leerlas, confirma la verdad: las pruebas son irrefutables. Leocadia, que entra en ese preciso instante, intenta negar desesperadamente, pero el papel no miente. Su caligrafía, sus confesiones y su complicidad con Cristóbal quedan al descubierto.

La reacción del marqués es inmediata y contundente: declara que Cristóbal y Leocadia no tienen ya lugar en La Promesa y ordena que se marchen de inmediato antes de llamar a las autoridades. Humillados y derrotados, los dos amantes ven cómo su poder se desmorona en cuestión de segundos, arrastrando consigo la deshonra.

Pía y Ricardo, en cambio, sienten por primera vez en días que respiran libres. No solo han conseguido evitar la injusta expulsión, sino que han restaurado la memoria de Jana y han demostrado que, incluso frente al poder más cruel, la verdad siempre encuentra la manera de salir a la luz. El ambiente en La Promesa cambia para todos: los sirvientes recuperan la esperanza, los señores se enfrentan a la cruda realidad y la certeza de que nada volverá a ser igual se asienta en cada rincón del palacio.

El desenlace de este enfrentamiento no es solo un triunfo personal para Pía y Ricardo, sino un golpe devastador contra Cristóbal y Leocadia. Ambos, una vez seguros de su poder, terminan desenmascarados y expulsados, marcando un giro radical en la historia de La Promesa.