El próximo episodio de Sueños de Libertad traerá tensión, peligro y decisiones irreversibles que pondrán a varios de sus protagonistas contra las cuerdas. El capítulo se abre con una determinación contundente: Irene ha decidido alejarse de su hermano para siempre, sin dar marcha atrás, sin importar las súplicas o promesas que él pueda inventar. La herida es demasiado profunda y la confianza, irrecuperable.

En paralelo, en otro rincón de la ciudad, el destino de Fina y Marta se verá amenazado por un peligro imprevisto que se desatará con una rapidez aterradora.

La acción arranca en el laboratorio, donde Irene y Cristina conversan tranquilamente. De pronto, la puerta se abre de golpe y aparece don Pedro, visiblemente alterado. “Irene, por favor, necesito hablar contigo cuanto antes”, implora con tono urgente. Cristina, indignada y protectora, se interpone frente a su madre: “Pedro, no la ha escuchado, así que váyase. Déjela en paz, que bastante daño le ha hecho”. Don Pedro, desesperado, intenta justificarse: “Déjame al menos que me explique”. Irene lo observa con frialdad, pero finalmente acepta: “Hablaré contigo por última vez”. Cristina, alarmada, le pregunta si está segura; Irene asiente con calma, asegurándole que no se preocupe.

Mientras tanto, Fina llega a la casa de los Montes, donde había quedado de verse con Marta. Pero algo no encaja: la puerta principal está entreabierta. Su instinto le grita que algo anda mal. Con cautela, llama al interior: “¿Hola? ¿Hay alguien ahí?”. No obtiene respuesta. Avanza despacio, cuando de repente una puerta lateral se abre de golpe.

Frente a ella aparece Santiago, un hombre con un oscuro pasado: años atrás fue arrestado por culpa de Pelayo y, en su momento, agredió brutalmente a Fina. Esta, al reconocerlo, intenta retroceder, pero Santiago se le aproxima rápidamente, acorralándola. Una navaja brilla en su mano mientras su voz suena amenazante: “¿A dónde crees que vas?”. Fina, intentando mantener la calma, le pregunta qué hace allí. Él, con desprecio, revela que escapó aprovechando un permiso para asistir al entierro de su abuela.

Santiago descarga sobre ella todo su rencor: le reprocha que fue la única persona que cuidó de su abuela desde que su madre murió y que ahora la mujer ha muerto sola y abandonada, todo —según él— por culpa de Fina y de quienes lo metieron en la cárcel. Fina, temblando, le responde que nadie lo habría encerrado si no hubiera hecho lo que hizo. Pero Santiago insiste: “Fue el maldito Pelayo Olivares quien me hundió… El mismo que se casó con tu fulana”. Sus palabras destilan odio y resentimiento. Y añade con tono amenazante que ahora los tres pagarán por lo que le hicieron. Sabe que lo volverán a encarcelar, pero esta vez, asegura, sí tendrá motivos.

Fina siente que su corazón se desboca. Le suplica que no le haga daño. Santiago, con una sonrisa cruel, le recuerda “lo pendiente” que quedó entre ellos desde su último encuentro en una celda. Ella llora, rogándole que no lo haga, que Marta está por llegar. Él, implacable, dice que entonces irán “directamente al final, el mismo final que le espera a ella”.

En ese momento, la tensión vuelve al laboratorio. Irene mira a don Pedro con severidad: “Ya no te creo, Pedro. Ya no”. Él, desesperado, le ruega: “Por favor, tienes que creerme. Te necesito más que nunca”. Irene, ofendida, lo corta: “Deja de hacerte la víctima”. Pedro, con lágrimas, admite haber cometido barbaridades, pero asegura que nunca contra ella: “Tú eres sagrada para mí, Irene”.

Ella lo encara con una pregunta directa: “¿Dónde está José? ¿Lo has vuelto a hacer desaparecer de mi vida?”. La escena se traslada a un recuerdo: don Pedro entregándole un sobre lleno de dinero a José, pidiéndole que desaparezca para siempre. José rechaza el dinero, recordando que ya lo hizo años atrás. Pedro lo amenaza veladamente, recordándole que tiene contactos peligrosos. José, firme, le exige el doble si quiere que se marche. Pedro lo insulta y, finalmente, José acepta el trato, prometiendo que no volverán a saber de él.

El recuerdo se desvanece. Don Pedro asegura a Irene que no sabe dónde está José, que no ha hecho nada para que se marchara. Le pide que vuelva a casa, que es la persona que más quiere. Irene, con lágrimas, niega con la cabeza: “No, Pedro, no”. Y se marcha, dejándolo solo y destrozado.

En la casa de los Montes, la situación de Fina empeora. Está atada a una silla, amordazada, mientras Santiago se pasea como un depredador que juega con su presa. “Parece que tu ángel de la guarda se retrasa”, dice con ironía. Y añade que ni el dinero ni la influencia de Marta servirán de nada para salvarla.

De pronto, se escucha la voz de Marta en la entrada: “¿Dónde estás?”. Acaba de llegar. Al entrar, se detiene horrorizada: Fina está atada e indefensa, y Santiago sostiene la navaja junto a ella. Él, amenazante, le ordena cerrar la puerta lentamente. “Y si se te ocurre salir corriendo, da por muerta a tu amorcito”. Marta, temblando, obedece. Santiago le ordena sentarse, y ella, intentando mantener la calma, le ruega que se tranquilice. Pero él está fuera de control: sus ojos reflejan un rencor y una locura que no dejan lugar a la razón.

El capítulo deja abiertas preguntas cruciales:

• ¿Descubrirá Irene toda la verdad sobre la desaparición de José?
• ¿Podrá Marta salvar a Fina de las manos de un Santiago dispuesto a todo por venganza?
• ¿Hasta dónde llegará él para ajustar cuentas con el pasado?
• ¿Conseguirá don Pedro recuperar la confianza de su hermana o esta ruptura será definitiva?

Con cada minuto, la tensión crece y la sensación de que algo irreversible está a punto de suceder se vuelve más intensa. El destino de varios personajes pende de un hilo, y las decisiones que tomen en los próximos instantes marcarán el rumbo de sus vidas.