En este intenso episodio de Sueños de Libertad, el conflicto entre Don Pedro y Damián alcanza uno de sus puntos más agresivos y personales. Ambos hombres, viejos enemigos con un largo historial de resentimientos y enfrentamientos, protagonizan un nuevo y encendido choque que deja al descubierto heridas del pasado, acusaciones graves y una batalla abierta por el control de la familia y el poder.
Todo comienza con una conversación aparentemente tranquila entre Fermín y un tercero. Fermín cuelga una llamada en la que se compromete a dar noticias a Andrés, sin sospechar que en pocos segundos estallará la tormenta. Damián irrumpe con furia, acusando a Don Pedro de esconderse y de no dar la cara en la fábrica. Lo confronta con dureza, acusándolo de comportarse como una “rata” que se esconde tras las sombras para manipular desde la distancia.
Pedro intenta mantener cierta compostura, pero no se queda callado. Le reprocha a Damián haber urdido una red de mentiras y utilizar al pobre Gorriz como chivo expiatorio para cubrir sus propias artimañas. Lo acusa directamente de ser un calumniador profesional, alguien que ha pasado la vida difamando sin vergüenza alguna. Damián, por su parte, reacciona con igual vehemencia, tachando la actitud de Pedro como un “espectáculo bochornoso” y asegurando que, aunque intente negarlo mil veces, ambos saben que él está detrás de la muerte de Jesús.
Ese crimen —el asesinato de Jesús— se convierte en el eje de la discusión. Damián sostiene que Jesús fue asesinado porque descubrió los planes de Pedro para arrebatarle a Joaquín la dirección de la fábrica. Lo acusa sin titubeos, lo mira a los ojos y le lanza la verdad que ha callado por tanto tiempo: Pedro está dispuesto a todo por el poder, incluso a matar.
La tensión sube todavía más cuando Pedro, intentando imponer su nuevo rol familiar, recuerda a Damián que ahora está casado con Digna. Pero lejos de apaciguar el conflicto, esta afirmación reaviva el fuego. Damián le lanza una mirada desafiante y le dice que, aunque Pedro se haya casado con Digna, eso no lo convierte en parte real de la familia. Reafirma que Digna es su cuñada y que Joaquín y Luis siguen siendo sus sobrinos. Y, con determinación, jura que seguirá velando por ellos sin importar cuántas barreras Pedro intente levantar.
Pedro, sin perder el control, responde con una dosis de cinismo, acusando a Damián de haber hecho más daño que bien. Le dice que si realmente le importara la felicidad de Digna, la dejaría en paz. Damián, sin embargo, le replica que lo único que ha hecho es luchar por su familia, mientras que Pedro no sabe ni lo que esa palabra significa. La disputa se convierte entonces en un duelo de visiones: el amor y la lealtad familiar contra el egoísmo y la manipulación.
El intercambio se vuelve aún más personal cuando Damián menciona a la hermana de Pedro. Este último, al borde del colapso emocional, exige que no la nombre. La considera un ser noble que le agradece lo que ha hecho por ella, pero Damián insinúa que quizás esa gratitud se basa en el desconocimiento de quién es Pedro realmente. Con cada palabra, Damián se acerca más al núcleo del conflicto: Pedro no solo ha traicionado a otros, sino que vive escondido de su propio pasado.
En ese punto, Pedro estalla. Le exige a Damián que no lo provoque más. Le grita que su problema no es con él, sino con sus propios demonios, con las decisiones que ha tomado y que no puede borrar. Le advierte que el pasado siempre vuelve, y lo dice con un tono sombrío, como si hablara desde la experiencia personal de quien ha intentado sin éxito escapar de sus pecados.
Damián, lejos de acobardarse, responde con desprecio. Lo llama un ser “ponzoñoso”, lleno de veneno, alguien que solo sabe causar daño. Pedro, herido en su orgullo, le señala la salida con frialdad, queriendo acabar de una vez por todas con esa conversación destructiva. Pero Damián se detiene una vez más, lanzándole una última estocada verbal: “Empiezas a darme pena, viejo amigo”. Lo describe como un ser patético, incapaz de reconocer que ha perdido la partida. Que ya no tiene poder, ni respeto, ni futuro.
En el cierre de este enfrentamiento, Pedro le ordena que salga de su casa, que no lo busque más. Pero Damián, con su habitual tono amenazante, deja una advertencia en el aire: “Si me buscas… al final me encontrarás”. La tensión se corta con el silencio que sigue, dejando en claro que esta guerra está lejos de terminar.
Este capítulo de Sueños de Libertad no solo muestra un enfrentamiento verbal entre dos hombres con cuentas pendientes, sino que retrata el colapso de una estructura familiar minada por la ambición, la traición y las verdades a medias. El pasado se convierte en una amenaza constante, y las máscaras caen una a una, revelando lo que realmente son: dos enemigos que una vez compartieron vínculos, pero ahora solo conocen el odio.
La disputa entre Don Pedro y Damián deja claro que ninguna de las heridas que se han infligido ha cerrado. Que la muerte de Jesús, el matrimonio con Digna, las maniobras por el poder y las traiciones familiares son solo capítulos de una historia que aún tiene muchos giros oscuros por delante. Los espectadores quedan con la sensación de que el siguiente enfrentamiento podría ser aún más peligroso, tal vez definitivo. Porque en Sueños de Libertad, el pasado nunca muere… solo espera el momento perfecto para regresar con fuerza.