La rutina en la fábrica se ve alterada con la llegada del señor Rojas, un nuevo trabajador cuya presencia no pasa desapercibida, especialmente para Marta. Lo que en un principio debía ser una simple visita para supervisar medidas de seguridad básicas, termina desencadenando tensiones inesperadas y revelaciones que ponen de manifiesto viejas heridas sin cicatrizar.
Todo comienza con una conversación aparentemente trivial entre los responsables de la fábrica y el señor Rojas. Tras hacer una revisión de las instalaciones, él recomienda la instalación de extintores tanto en la tienda como en el almacén. A simple vista, parece una sugerencia sensata y sin más implicaciones. Sin embargo, cuando menciona un incidente previo —un atraco con arma blanca que sufrieron recientemente— el ambiente se vuelve más denso.
Marta, visiblemente incómoda, confirma que el atraco fue real, aunque afortunadamente todo quedó en un susto. Agradece que no haya pasado a mayores, pero el señor Rojas, con un tono serio y profesional, insiste en la necesidad de formar al personal en técnicas de reacción ante situaciones similares. Propone una formación que abarque desde la identificación de comportamientos sospechosos hasta la reacción más adecuada si un ladrón se torna violento.
La sugerencia, aunque lógica, no es bien recibida por todos. Una de las empleadas recuerda con ironía que, ante un atraco, lo más recomendable siempre ha sido ceder el dinero y evitar riesgos. El señor Rojas asiente, pero también defiende la importancia de estar preparados. En ese momento, Fina interviene con preocupación: no quiere que las trabajadoras comiencen a pensar que su lugar de trabajo no es seguro. Agradece la propuesta, pero la deja en espera, asegurando que si cambian de opinión, se lo harán saber.
Hasta ahí todo parece transcurrir con cierta normalidad. Sin embargo, al marcharse el señor Rojas, se produce una conversación clave entre Fina y Marta que revela un trasfondo más profundo. Fina, con mirada inquisitiva, lanza una pregunta directa: “¿Pero se puede saber qué te pasa a ti con ese hombre?” Marta intenta disimular, asegurando que no pasa nada. No obstante, su actitud defensiva la delata. Alega que simplemente quiere mantener las distancias, especialmente con alguien con quien no tienen confianza aún, para evitar repetir situaciones incómodas como la vivida anteriormente con Santiago.
Es en este punto donde el espectador comprende que el nombre de Santiago no es una simple mención, sino una herida aún abierta. Marta no quiere que se repita un episodio donde, por falta de precaución o exceso de confianza, su integridad emocional o física se vea comprometida. Fina intenta tranquilizarla, asegurando que sabe cuidarse y que el señor Rojas no tiene nada que ver con Santiago. “No está teniendo ningún tipo de interés especial en mí ni nada”, afirma Marta. Pero la duda ya está sembrada, tanto en Fina como en el público.
Fina, sorprendida y algo contrariada por el comportamiento de Marta, le pregunta si acaso va a dejar que las demás compañeras se queden sin los consejos de seguridad que podría ofrecer el señor Rojas solo por protegerla a ella. Marta no responde de inmediato. Dice que lo pensará, pero su indecisión es más que evidente. La conversación finaliza con un intento de cerrar el tema, pero la tensión ya está instalada. Fina le recuerda que pasará a buscarla más tarde, pero Marta contesta con evasivas: tiene que darle unas indicaciones a Andrés antes. Fina sospecha que hay algo más, pero no insiste.
El episodio refleja con crudeza cómo el pasado de Marta sigue condicionando sus decisiones. El miedo a repetir errores, a confiar en la persona equivocada, a bajar la guardia, es tan intenso que le impide ver con claridad las intenciones del señor Rojas, quien hasta el momento se ha comportado con corrección y respeto. Sin embargo, para alguien como Marta, que ha vivido experiencias dolorosas, cualquier gesto puede parecer una amenaza, cualquier acercamiento un riesgo.
Al mismo tiempo, la actitud de Fina pone en evidencia una diferencia de percepción importante. Mientras que ella está dispuesta a confiar y dejar que el nuevo trabajador colabore en mejorar la seguridad de la fábrica, Marta prefiere levantar un muro, protegerse, mantenerse distante. Esta dualidad no solo genera un conflicto entre ellas, sino que también abre una brecha en la dinámica del equipo.
La tensión se incrementa en los minutos finales del capítulo, cuando Marta, en lugar de acudir al punto de encuentro con Fina como habían acordado, decide quedarse a solas con Andrés más tiempo del esperado. ¿Qué indicaciones tan urgentes tenía que darle? ¿Está realmente evitando a Fina, o hay algo más detrás de esa excusa? La cámara se detiene en el rostro de Fina, lleno de dudas y preocupación. Intuye que Marta no está siendo sincera del todo, y que la sombra de Santiago sigue proyectándose sobre sus decisiones, incluso en ausencia.
Este capítulo de Sueños de Libertad no solo nos presenta a un nuevo personaje que parece traer consigo un aire de renovación y profesionalismo, sino que también ahonda en las cicatrices emocionales de Marta, quien todavía no ha logrado cerrar el capítulo de su historia con Santiago. Su reacción frente al señor Rojas podría estar determinada más por el miedo que por la lógica, y eso podría costarle mucho, tanto a ella como al resto de la plantilla.
¿Conseguirá Marta superar sus temores y dar una oportunidad a la propuesta del nuevo trabajador? ¿O sus reservas se convertirán en un obstáculo que le impida avanzar? Lo que está claro es que en la fábrica no solo se trabaja con hilos y máquinas, sino también con emociones que, si no se manejan bien, pueden incendiarse como un taller sin extintores.