En el universo de La Promesa, pocos personajes resultan tan enigmáticos y temibles como Leocadia de Figueroa, también llamada por muchos “la postiza”. Su presencia es sinónimo de sombras, secretos y traiciones. Desde sus orígenes en las lejanas tierras de Cuba hasta su regreso triunfal y vengativo a los salones de La Promesa, la historia de Leocadia se teje con hilos de ambición, engaño y un afán insaciable de poder. Hoy vamos a desmenuzar, secreto a secreto, la vida de esta mujer que ha sido amiga, amante, cómplice y verdugo, y cuya verdad amenaza con desmoronar los cimientos de la familia Luján-Izquierdo.
Una infancia marcada por las cañas de azúcar y la sombra de Cruz
Leocadia nació en Cuba alrededor de 1871, casi al mismo tiempo que su inseparable amiga de juventud, Cruz Izquierdo. Ambas crecieron bajo el sol abrasador de las plantaciones azucareras, compartiendo institutriz, juegos y confidencias. Sin embargo, desde el principio, el destino de ambas se trazó de manera desigual. Mientras Juan Izquierdo —padre de Cruz— amasaba poder y fortuna gracias a su carácter implacable, el padre de Leocadia nunca logró levantar cabeza. Así, Leocadia se formó en un ambiente de carencias, aprendiendo a sobrevivir con ingenio y ambición.
Cuando murió la madre de Cruz, Leocadia pasó a ser su sombra inseparable. Aquella relación de aparente amistad fue en realidad el caldo de cultivo de una obsesión peligrosa: la de permanecer siempre en la órbita de Cruz, siguiéndola incluso cuando en 1887 los Izquierdo tuvieron que huir de Cuba hacia Cádiz, tras las revueltas que pusieron fin al sistema esclavista y a la estabilidad de las plantaciones.
El salto a España: una sombra en cada celebración
Al regresar a la península, Leocadia no se conformó con un papel secundario. Estuvo presente en todos los momentos clave de la familia Izquierdo: en la boda de Eugenia con Lorenzo de la Mata, en los bailes donde Cruz conoció a Alonso Luján, e incluso en los funerales y tragedias que marcaron la historia familiar. Siempre allí, siempre observando, siempre infiltrándose.
No se limitó a mirar desde un rincón. Pronto buscó un lugar propio en la familia, aunque fuera por caminos oscuros. Se convirtió en amante del temido varón de Linaja, Juan Izquierdo, y más tarde también tuvo un desliz con Lorenzo de la Mata, ya casado con Eugenia. La postiza no solo compartía confidencias; también compartía lechos prohibidos, utilizando cada relación como una pieza más de su tablero personal.
El crimen fundacional: la muerte de Dolores y el robo de Curro
El momento decisivo llegó en 1898. Fue Leocadia quien convenció al varón de Linaja para eliminar a Dolores, la doncella, y arrebatarle a su hijo recién nacido, Curro, con el objetivo de entregarlo a Eugenia como propio. Este acto atroz se convirtió en el verdadero crimen fundacional de La Promesa, un pecado original que marcaría a todos sus protagonistas.
Aunque Cruz intentó culparla años más tarde, la verdad es que la mente maestra detrás del plan fue siempre Leocadia. Ese episodio selló para siempre su destino como villana, mostrando que su ambición no tenía límites.
La maternidad de Ángela y la primera traición de Rómulo
La historia de Leocadia se oscurece aún más cuando se descubre que quedó embarazada de un hombre poderoso cuyo nombre nunca reveló. Al intentar exigirle responsabilidades, fue abandonada sin piedad. Cruz, que ya empezaba a verla como un peligro, ordenó a Rómulo, el fiel mayordomo, que la eliminara.
Pero Rómulo, en un gesto insólito de desobediencia, decidió perdonarle la vida. Con ello, salvó también la del ser que llevaba en su vientre: Ángela, quien nació en Cuba entre 1898 y 1899, casi al mismo tiempo que Curro. Este paralelismo de edades ha cobrado especial relevancia en el presente, donde la atracción entre ambos jóvenes amenaza con reabrir viejas heridas y secretos.
Regreso con sed de venganza
Tras años de exilio, viudez y viajes, Leocadia decidió regresar a España. Lo hizo con un objetivo muy claro: vengarse de Cruz Izquierdo. Su aparición en un baile de los condes de Urbizu dejó atónita a su antigua amiga, que creía que estaba muerta. Desde entonces, la postiza se instaló en La Promesa como si fuera su propia casa, reclamando un lugar que sentía como suyo por derecho y exigiendo respeto, aunque todos supieran que detrás de su sonrisa se escondía una amenaza latente.
“He venido a vengarme”, le espetó en la cara a Cruz, sellando así el inicio de una nueva etapa de confrontaciones abiertas. Desde ese momento, los pasillos de La Promesa se convirtieron en un tablero de ajedrez donde Leocadia mueve las piezas con calma, paciencia y astucia, siempre esperando el momento perfecto para golpear.
Ángela: la hija que se convierte en obstáculo
La llegada de su hija Ángela al palacio no hizo sino añadir tensión a la trama. Aunque Leocadia preferiría mantenerla al margen de sus planes, la joven se resiste a abandonar el lugar, enfrentándose al riesgo de convertirse en víctima colateral de las intrigas de su madre. Ángela, sin saberlo del todo, representa tanto el mayor logro de Leocadia —haber sobrevivido al abandono y a la orden de ejecución de Cruz— como su punto débil más evidente.
Cruz en desgracia: el golpe maestro de la postiza
El gran triunfo de Leocadia llegó cuando Cruz Izquierdo, su antigua amiga y ahora enemiga acérrima, terminó en prisión. Con este movimiento, la postiza demostró que era capaz de desmantelar incluso a los personajes más poderosos de La Promesa. Cada acción suya, cada palabra calculada, ha ido tejiendo una red que amenaza con atrapar a todos.
Una sombra eterna
La vida de Leocadia de Figueroa es la historia de una mujer que jugó a ser amiga para terminar siendo enemiga, que utilizó el disfraz de la lealtad para apuñalar por la espalda, y que convirtió su sed de venganza en el motor de toda su existencia. Desde las plantaciones cubanas hasta los salones señoriales de La Promesa, su sombra se ha extendido como una advertencia constante de que el peligro nunca está lejos.
Hoy, con Cruz neutralizada y Ángela establecida en el palacio, Leocadia sigue moviendo sus piezas con paciencia, convencida de que aún tiene mucho que ganar. Mientras ella camine por esos pasillos, nadie podrá dormir tranquilo. Y lo más inquietante de todo es que todavía quedan secretos por revelar, secretos que podrían cambiar para siempre la historia de La Promesa.