En este episodio crucial, la tensión en la familia se dispara cuando Pedro, molesto y claramente frustrado, expresa su indignación a Irene por un giro inesperado en un importante acuerdo familiar. Desde el principio, queda claro que lo que parecía un acuerdo a favor de sus intereses ahora está en riesgo. Pedro no puede entender cómo Digna, quien en el pasado estuvo completamente de acuerdo con la idea de que él comprara las acciones de María, ha cambiado de opinión de forma tan repentina, y todo parece debido a la influencia de Damián.
Irene intenta calmarlo, sugiriendo que no es raro que alguien cambie de opinión, pero Pedro no está dispuesto a aceptarlo. Para él, este cambio es una clara señal de que Digna, junto a sus hijos Joaquín y Luis, está tratando de sabotear sus planes. Pedro había estado a punto de lograr lo que deseaba, un golpe definitivo a los de la reina, pero justo cuando parecía tener la victoria en sus manos, Digna se arrepiente y da marcha atrás. Aunque Pedro pone en duda la implicación directa de los hijos, está convencido de que Digna siempre ha sido quien lleva las riendas en su familia, y ahora, desesperada, ha decidido escuchar a Damián.
Irene, tratando de ver la situación desde otro ángulo, sugiere que Digna simplemente quiere proteger las acciones de su nieta y mantenerlas dentro de la familia. Sin embargo, Pedro lo interpreta de otra manera, creyendo que este cambio significa que Digna ya no confía en él, y lo que le molesta aún más es el discurso persuasivo de Damián, que le ha calado profundamente. Aunque Irene intenta que vea la razón, diciendo que lo que Digna busca es proteger el legado de su nieta, Pedro no lo ve de esa forma.
Con la esperanza de que Irene lo apoye en su perspectiva, Pedro insiste en que, cuando se casen, él también será parte de la familia y no comprende por qué lo excluyen de las decisiones más importantes. Irene le aconseja ceder y dejar que la familia se organice por su cuenta, lo que, según ella, terminaría con todos los problemas. Sin embargo, Pedro se niega rotundamente. Está convencido de que, si María vende las acciones a los Merino, los de la reina perderán el poder que tanto desean, y no está dispuesto a permitirlo.
En un giro de desesperación, Pedro acusa a los Merino de no tener el dinero suficiente para hacer una oferta significativa, mientras que él es el que ha estado levantando la empresa y, por lo tanto, cree que merece esas acciones. Es en este momento cuando Pedro, finalmente, admite lo que ya todos sospechaban: este conflicto no se trata de Digna ni de Damián, sino de poder. Para él, todo esto es una lucha por controlar lo que él considera suyo. Irene, consciente de lo que esto implica, le advierte que, con su actitud, está dando a Digna una imagen que seguramente no le gustará nada.
A pesar de la advertencia de Irene, Pedro, furioso, corta la conversación y se dirige a su despacho, con la mente puesta en cómo podrá conseguir lo que considera suyo por derecho. Este episodio pone de manifiesto que, más allá de las relaciones personales y familiares, lo que realmente está en juego es el poder, y Pedro está dispuesto a hacer lo que sea necesario para asegurarse de que su control sobre la situación se mantenga firme.